La historia de doña María Sixta Miers es el reflejo de tantas otras madres solteras que debieron criar solas a sus hijos en el Paraguay. Una historia repetida a lo largo de los siglos y, sobre todo, en momentos difíciles después de las guerras que asolaron a nuestro país.
Dos de sus hijas –las mayores–, Esmérita Miers –quien vivía en Buenos Aires– y Julia Dora Miers –que vivía con ella– ya fallecieron. Esmérita murió a los 78 años el 12 de diciembre de 2014 y Julia Dora a los 77, tan solo veintidós días después, el 5 de enero de 2015.
Le sobrevive el menor, Emilio Miers, de 77 años, quien actualmente vive en Buenos Aires, hasta donde se había trasladado ni bien terminó su Servicio Militar en el Cuartel para trabajar en construcciones.
Al poco tiempo de radicarse en la Argentina Emilio vino de visita a la casa de su madre y le trajo una nieta que criar, Laura Miers de Delvalle (53), quien vive con ella en la casa y se encarga de su cuidado. “Mi abuela se encargó de criarme desde que tuve un año y seis meses. Ella es mi mamá porque yo no conozco a mi madre biológica, aunque sé que es argentina. Mi papá me trajo a esa corta edad y me dejó con la abuela que con mucho sacrificio nos sacó adelante. Pero ella es mi verdadera mamá”, comenta al mencionar que su tía Esmérita también le había traído a doña Sixta, desde Buenos Aires, otro nieto para criar.
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Doña Sixta fue guapa durante toda su vida. Hace solo dos años perdió la vista, lo que le ha deparado limitaciones para movilizarse por sí misma, pero se levanta con la ayuda de los demás.
Para criar a sus hijos ella cultivaba mandioca, cebolla y maíz en su chacra. Mandaba arar la tierra y luego ella misma se encargaba de sembrar. El producto de la cosecha llevaba a vender a Asunción, de donde regresaba a su casa con las provistas necesarias. “Prácticamente hacía un trueque entre lo que ella producía y compraba para alimentar a sus hijos”, comenta la nieta.
Una actividad peculiar de esta abuelita, también consistía en poner a las gallinas cluecas a empollar huevos y luego las vendía con una docena de pollitos, porque así recibía una mejor paga. También lavaba las ropas de los vecinos y los ayudaba con cualquier changa con la que podía ganar alguna platita extra.
La fortaleza que tiene doña Sixta deriva de su vida sencilla, sacrificada, de mucha actividad física y la alimentación –que consume hasta hoy– basada en locro, so’o apu’a, vori vori. Su postre es el caguyjy (mazamorra) y su bebida, agua fresca de un cántaro.
La familia es numerosa. De sus tres hijos descienden 17 nietos, 44 bisnietos y 14 tataranietos que decidieron hacerle un gran festejo sorpresa en su centenario.
