MOSCÚ (EFE, AFP). “Debemos ser comprensivos con los procesos internos que tienen lugar” en Washington, dijo ayer la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova, en alusión a que el “teatrero ataque”, que apenas destruyó unos pocos aviones sirios, fue poco más que una puesta en escena destinada al consumo interior en EE.UU.
Esta semana, Estados Unidos lanzó 59 misiles Tomahawk contra una base aérea siria, días después de que se denunciara que el gobierno utilizó armas químicas contra los rebeldes.
La operación fue comunicada previamente a las fuerzas rusas, a través de un canal habilitado entre ambas potencias para evitar daños mutuos en su intervención en Siria, donde Rusia apoya al régimen, y Estados Unidos a la rebelión, y ambos luchan contra los extremistas del Estado Islámico (EI).
Rusia no quiere cerrar la puerta a la cooperación en la lucha contra el terrorismo, aunque lo que de verdad anhela Moscú es superar la tensión con Washington, y de paso, sacudirse las sanciones económicas que sufre por el caso de Ucrania, donde las fuerzas rusas apoyaron la escisión de Crimea.
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La visita de esta semana a Moscú del secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, se presenta clave para vislumbrar hasta qué punto ha podido cambiar la postura de Trump sobre su deseo de mejorar las relaciones con Rusia y embarcarse juntos en la guerra contra el grupo yihadista Estado Islámico.
Tillerson visitará Rusia el 11 y 12 de abril, y Moscú dijo que le pedirán “explicaciones” sobre el bombardeo.
Política interna
El Kremlin se inclina por la teoría de que Trump se ha visto forzado a emprender una acción de clara connotación antirrusa para convencer a sus votantes y a su propio partido de que su política no está al servicio de Moscú.
El ataque de ayer “no tiene nada que ver con la política de Washington en Oriente Próximo, no es parte de una estrategia ni de un plan. Es parte de una lucha de grupos de élite política y militar, que se han enzarzado en una pelea a vida o muerte”, opinó Zajárova.
A nadie se le escapa que el lanzamiento de los misiles ordenado por el presidente de EE.UU. le ha granjeado apoyos tanto en su propio país –donde su popularidad se había desgastado por decisiones tan polémicas como infructuosas– como entre sus socios europeos, que saludaron la represalia contra el régimen sirio de Bachar al Asad.
Con todo, Rusia no está ni mucho menos para tirar cohetes, porque si algo ha quedado claro ayer es que el hombre más poderoso del mundo es absolutamente imprevisible, arriesgado y amante de dar golpes de efecto sin pensar en las consecuencias.