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En una semana en la que el peso argentino se ha desplomado un 21% –un 34% en el mes– frente al dólar estadounidense, el asunto se apoderó de los debates en la prensa y las conversaciones callejeras, en un país donde la cotización del billete verde se suele utilizar para medir la temperatura de la economía y es seguida al minuto como si se tratara de un partido de fútbol.
En el centro de Buenos Aires, donde trombas de gente transitan mirando de reojo las pantallas de las casas de cambio, se encuentran opiniones que van desde el desánimo y el enfado hasta quienes remarcan que las estrecheces del momento son necesarias para dejar atrás la crisis actual.
Años de subsidios gigantescos han creado un déficit fiscal de grandes proporciones, que el actual gobierno busca revertir, con el consiguiente costo social y político.
Muchos temen que la actual crisis financiera derive en catástrofe, como recuerdan que ocurrió en 2001, cuando Argentina se declaró en cesación de pagos y se instauró el “corralito”, que estableció una férrea limitación a los retiros de dinero en efectivo de todas las cuentas bancarias.