El chavismo, como se conoce en Venezuela al movimiento que intentó asaltar el poder por las armas en 1992 y luego lo obtuvo con votos seis años después, ha pasado del embriago a la resaca, con numerosas deserciones, acusaciones de traición y cada vez menor poder de convocatoria en medio de la acuciante crisis que sacude al país desde el último lustro.
Ya no presumen los herederos de Chávez de “unidad monolítica”: desertores y expulsados abrieron tienda aparte y le critican con fiereza en cualquier espacio que encuentren, mientras que el pueblo llano abandona el movimiento en medio del descontento generalizado.
Las causas son variadas, pero la pésima gestión que destruyó la ilusión del progreso amparado en la bonanza petrolera en la historia del país es la principal.
Pero Maduro se aferra al poder y niega la existencia de una crisis humanitaria.
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Además, rechaza la posibilidad de abandonar el poder o de convocar nuevas elecciones presidenciales, porque “no acepto ultimátums de nadie”.
En una entrevista con la TV española La Sexta, Maduro aseguró que el presidente de EE.UU., “Donald Trump impuso a Occidente una política equivocada” sobre Venezuela, y afirmó: “No nos vamos a someter” y afirmó que no dará su “brazo a torcer por cobardía frente a las presiones”.
Envió un mensaje al líder opositor Juan Guaidó: “Que abandone la estrategia golpista, que si quiere aportar algo, se siente en una mesa de conversación cara a cara” con el régimen de Maduro.
