ATENAS (EFE). El ministro de Migración, Yanis Muzalas, no se cansa de decir que el aumento de llegadas desde el golpe fallido es mínimo, y que el arribo de unas cien personas al día ni de lejos se puede comparar con las miles de los primeros meses del año.
Las cifras no son dramáticas, pero sí lo suficientemente graves como para haber causado un colapso en las islas de recepción, donde en estos momentos hay más de 10.000 migrantes y refugiados en centros de acogida que disponen de una capacidad máxima para 7.000.
Desde que a finales del año pasado se cerraron las fronteras, Grecia siente que asumió prácticamente sola todo el peso de la migración, con excepción de Italia, que se convirtió nuevamente en el principal foco de preocupación y de Alemania que acogió a más de un millón de personas.
La táctica llevada a cabo por Austria de conseguir el apoyo de los países del este de Europa para cerrar a cal y canto el centro y norte del continente surgió como respuesta a la política de puertas abiertas de la canciller alemana, Ángela Merkel.
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Ahora Austria vuelve a abrir la caja de Pandora al hablar abiertamente sobre algo que todos temen, el fracaso del acuerdo de devolución UE-Turquía, un pacto que no gustó a nadie, pero que vino bien a todos.
Las consabidas deficiencias democráticas en Turquía se vieron profundizadas con la purga llevada a cabo tras el fallido golpe de Estado.
Eso llevó a que aumenten aún más si cabe las dudas sobre si Turquía está en condiciones de cumplir los requisitos necesarios para continuar con la agenda de la adhesión a la UE, empezando por la modificación de su ley antiterrorista, condición necesaria para poder obtener la tan deseada liberalización de visados.
En las últimas semanas las posiciones desde Europa, con excepción de la opción de una Austria en campaña electoral, se mantuvieron invariables: el pacto sigue en pie pero sin una reforma de la ley antiterrorista, no habrá liberalización de visados.
Desde Turquía la respuesta es todavía más amenazadora y el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan no se cansa de repetir que si no hay visados, el acuerdo de repatriación de refugiados se va al traste.
La lectura de estas posiciones inamovibles –al menos de momento– solo permite a los analistas políticos en distintas capitales europeas un diagnóstico: el acuerdo que ya nació endeble tiene los días contados, y Europa, una vez más, no está preparada para una respuesta conjunta.
