TRÍPOLI (EFE). La virulencia de los ataques, concentrados en torno al antiguo aeropuerto internacional de la capital empujó a las Naciones Unidas a solicitar un alto el fuego para evacuar a los heridos.
El Gobierno de Unidad Nacional (GNA), integrado por moderados e islamistas (musulmanes radicales, pero opuestos al terrorismo yihadista, el ala más fanática) fue establecido en Trípoli en 2016, con apoyo de la ONU.
El mariscal Haftar se opone a él.
Según el GNA, sus milicias mantienen el control del citado aeropuerto, situado a apenas 24 kilómetros del centro, y en desuso desde hace más de un lustro.
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Sin embargo, testigos dijeron que el dominio no es completo y que el extrarradio está controlado por las fuerzas de Haftar, escoltadas por decenas de vehículos artillados con ametralladoras de calibre medio.
En este ambiente de creciente violencia, el Comando de Estados Unidos en África (AfriCom) ordenó la retirada de todas las tropas en el país, desplegadas hace tres años para combatir a grupos yihadistas como el Estado Islámico.
País en caos
Libia es un estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, desde una guerra civil que en 2011 terminó con la victoria de los diferentes grupos rebeldes contra la dictadura de Muamar al Gadafi.
Desde 2014 tiene dos focos de poder enfrentados, el gobierno sostenido por la ONU en Trípoli –que apenas controla la capital y algunas zonas occidentales– y otro establecido en la ciudad oriental de Tobruk tutelado por el controvertido mariscal, que domina cerca del 70 por ciento del territorio.
De lograr su objetivo, Haftar, un exmiembro de la cúpula militar que en 1969 aupó al poder a Al Gadafi, se haría prácticamente con el control del país.
En febrero de este año, extendió su influencia sobre las grandes ciudades del sur y de yacimientos petroleros occidentales, esenciales para la supervivencia económica y energética de la capital.
