Israel y Palestina, una guerra demasiado larga

La Autoridad Nacional Palestina (ANP) invitó al Grupo ABC para una visita informativa a los territorios palestinos de Cisjordania, a fin de conocer de primera mano la situación en la zona, lugar desde donde publicaremos una serie de notas sobre este relevante tema para la paz en el mundo.

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RAMALLAH, Territorios Palestinos. Como introducción a este complejo conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos desde hace más de 70 años, presentamos en esta primera nota un acercamiento general sobre los orígenes y la situación actual del mismo.

En el territorio donde hoy se asienta el Estado de Israel, y donde se prevé sea asentado también un futuro Estado palestino, los judíos conformaron su reinado entre los años 1200 y 1000 a.C., conquistando ciudades del pueblo cananeo, de los que los actuales palestinos reclaman ser descendientes.

Desde el 721 a.C., comenzando por los asirios, diversos pueblos fueron sucediéndose en la conquista y control de la región.

Uno de ellos fueron los romanos, quienes entre el año 70 y 135 realizaron la deportación en masa de los judíos, tras unas fracasadas rebeliones de esa nación.

El emperador Adriano decretó la expulsión de los judíos de sus tierras ancestrales, los deportó (la Diáspora) y cambió para siempre el nombre de esas tierras, denominándolas “Palestina”, en alusión al antiguo enemigo de las tribus de Israel, los filisteos, el pueblo de Goliat.

Los romanos gobernaron Palestina hasta el año 636, en que fue conquistada por los árabes de religión musulmana, que lograron la conversión de la mayoría de los habitantes de la región al Islam.

En 1516, los turcos otomanos, también musulmanes, conquistaron a su vez la zona, convirtiéndola en una provincia denominada Siria Palestina, manteniéndola por cuatro siglos.

Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), con la derrota del bando donde combatían los otomanos, los británicos tomaron posesión del territorio, adjudicándosela como Mandato de Palestina.

Algunas comunidades judías habían permanecido en Palestina después del año 136, y otras empezaron a establecerse allí desde 1899 a iniciativa de Teodoro Herzl, líder del movimiento sionista judío, que buscaba el retorno de ese pueblo a lo que consideran su hogar ancestral.

Los británicos manifestaron su apoyo inicial a ese proyecto, con la conocida “Declaración Balfour”, por su ideólogo Arthur Balfour (en ese entonces canciller británico), publicada el 9 de noviembre de 1917, plantando las semillas del interminable conflicto árabe-israelí.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas aprobó en 1947 la creación de dos Estados, uno judío y otro palestino musulmán, poniendo a Jerusalén bajo administración internacional, la ciudad reclamada por ambos como su capital.

El criterio religioso desarrolló pronto su propia lógica de exclusión e intolerancia: los musulmanes no aceptaron un Estado judío en Palestina, y los judíos religiosos tampoco vieron bien un Estado musulmán.

En 1948, los judíos terminaron por aceptar el establecimiento de su Estado, pero no los palestinos (que lo harían finalmente en 1988), apoyados por los países árabes, que invadieron al naciente Estado de Israel, pero sufriendo una derrota determinante.

Árabes y judíos fueron de nuevo a las armas en 1956 y, por tercera vez, en 1967, y en esta última, en la llamada Guerra de los Seis Días, Israel conquistó de Jordania la parte que este país tenía de Jerusalén y el territorio conocido como Cisjordania; y de Egipto tomó lo que se conoce como la Franja de Gaza.

En los tratados de paz posteriores, de Israel con Jordania, por un lado; y con Egipto, por otro, esos países árabes cedieron Cisjordania y Gaza con la intención de que sirvan para el asentamiento del futuro Estado palestino.

En cuanto a Jerusalén, para la organización mundial debe seguir estando bajo los parámetros que fueron aprobados en 1947, a pesar de que desde junio de 1967 Israel la usa como su capital a todos los efectos prácticos.

El control israelí de Cisjordania dejó en una situación difícil a su población árabe, los palestinos, que de pronto se encontraron sin gobierno propio, sin país que los protegiera y administrados por el “enemigo”.

El enorme triunfo de Israel en la Guerra de los Seis Días llevó a los fundamentalistas religiosos judíos a sostener que la voluntad de Jehová era, y es, reconstruir un “Gran Israel” con lo que eran Judea y Samaria (Cisjordania) y, por tanto, a alentar la colonización de esos territorios poblados por árabes.

La colonización israelí de Cisjordania comenzó de inmediato (los denominan “asentamientos”) y, con ello, también la resistencia palestina.

La OLP (Organización para la Liberación de Palestina) aglutinó a la resistencia palestina en una cruel “guerra sucia” que se libró hasta el Acuerdo de Oslo, en 1993.

Este acuerdo establece tres zonas en Cisjordania: una, de autogobierno palestino pleno, seguridad y administración, llamada “Zona A”; otra, de preeminencia palestina, administración palestina pero seguridad a cargo de Israel, la “Zona B”, y una tercera, bajo gobierno militar israelí, la “Zona C”.

El asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin (que firmó el Acuerdo de Oslo junto al líder palestino Yaser Arafat) afectó dramáticamente la implementación del Acuerdo, pues ante cada desentendimiento surgido posteriormente para su puesta en práctica, las partes respondieron con violencia.

La espiral nunca se detuvo, generando las “Intifadas” (rebeliones palestinas) de 1987 y de 2000 que, a su vez, radicalizaron la contestación israelí, al sentir que crecía la amenaza contra ellos, con el establecimiento de un régimen de segregación, simbolizado por el muro que empezó a construir el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon (militar y político), y que hoy es una frontera real que separa a palestinos de israelíes.

Ahora estamos aquí para escuchar el lado palestino de esta historia trágica en la que tienen que vivir dos naciones que, como todas en el mundo, tienen derecho a la paz y a la coexistencia civilizada.

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