Justicia ecuatoriana lleva a juicio al expresidente Correa

La Corte de Ecuador resolvió enviar a juicio al expresidente Rafael Correa (2007-2017) por su presunta participación en el secuestro del exlegislador opositor y exaliado suyo, Fernando Balda. La justicia mantiene una orden de prisión preventiva, un final amargo para el político socialista al que sus enemigos tachan de autoritario.

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QUITO (AFP). Correa está en la mira de la justicia por el caso del exdiputado opositor Fernando Balda, quien lo acusa de ordenar su secuestro cuando estaba en Bogotá en 2012. 

Cinco personas lo subieron a la fuerza a un automóvil, aunque la policía colombiana interceptó el vehículo y frustró el secuestro. 

Balda es un exaliado político de Correa, pero diferencias personales y luego políticas terminaron por distanciarlos. 

El caso quedó “congelado” por 6 años en el Poder Judicial, dominado por el exgobernante. Pero dio un giro al asumir la presidencia Lenín Moreno. 

Correa atribuye esta acusación a una persecución política. “Como no pudieron demostrarme corrupción, ahora soy ‘secuestrador’”, ironizó Correa. 

La ley impide su juzgamiento en ausencia, por lo que el exmandatario, que vive en Bélgica, deberá estar fuera durante siete años si quiere evitar una eventual condena, tiempo que tardan en prescribir los delitos que le imputó la Fiscalía. 

Durante una década, el socialista Rafael Correa fue el hombre con más poder y quizá el más temido en Ecuador. 

Irascible y popular, el exmandatario descendió de la gloria para quedar a un paso de la cárcel. 

Sus horas bajas comenzaron apenas dejó la presidencia que había conquistado en 2006, cuando casi de la nada emergió de la academia al ministerio de Finanzas, y de ahí a encabezar un gobierno socialista con 43 años de edad. 

Terminó su mandato en mayo de 2017 con un mediano apoyo en las encuestas. Entonces nadie imaginó que el político iba en camino a lo que podría convertirse en un forzado exilio en Bélgica, de donde es su esposa. 

Final amargo

Podría ser el epílogo de un mal año, quizá del peor que haya afrontado el líder socialista de origen humilde que durante una década llevó las riendas de un país con fama de ingobernable (con siete presidentes en 10 años, tres de ellos derrocados por protestas populares). 

Antes de partir hacia Europa, Correa dejó la piel en la campaña que terminó con la elección del oficialista Lenín Moreno, su vicepresidente entre 2007-2013. 

El que hasta entonces era su aliado y el elegido para continuar con su proyecto socialista, tenía sus propios planes de gobierno, pero en poco tiempo consumó la ruptura que Correa equipara con una traición. 

Moreno en un referendo le cerró la puerta para su regreso al poder. 

A ese descalabro se fueron sumando los señalamientos de corrupción en su gobierno, que tienen en la cárcel a su exvicepresidente Jorge Glas (2013-2017), y luego las investigaciones que terminaron por enredarlo en los estrados judiciales.

Correa no se mordía la lengua a la hora de atacar a la prensa a la que juzgaba corrupta, y a los banqueros y ricos a los llamaba “pelucones”. 

Un final amargo e insospechado para el político que sus enemigos tachan de autoritario y que consiguió lo que se propuso en el gobierno: desde una nueva Constitución hasta sacar a Estados Unidos de una base que se le había dado para la lucha antidrogas, además de impulsar profundas reformas que recortaron ganancias a las petroleras e impusieron controles a la prensa.

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