Predichos por la teoría pero jamás observados directamente, los agujeros negros siguen siendo uno de los objetos más enigmáticos de nuestro cosmos.
Se trata de un objeto celeste que posee una masa en extremo importante en un volumen muy pequeño. Como si la Tierra estuviera comprimida en un dedal o el sol únicamente midiera 6 km de diámetro, explicó Guy Perrin, astrónomo del Observatorio de París-PSL.
Según la ley de la relatividad general publicada en 1915 por Albert Einstein, que permite explicar su funcionamiento, la atracción gravitacional de estos “monstruos” cósmicos es tal que no se les escapa nada: ni la materia, ni la luz, sea cual sea su longitud de onda.
Por lo tanto, no se pueden observar directamente.
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Además, la fuerza de gravedad que emana del agujero negro es tan fenomenal que no se ha logrado recrear en laboratorio. Pero sabemos que hay de dos tipos:
Los estelares, que se forman al final del ciclo de vida de una estrella y que son extremadamente pequeños: tratar de observar los más cercanos equivaldría a buscar distinguir una célula humana en la luna.
Los segundos: los agujeros negros supermasivos, se hallan en el centro de las galaxias y su masa está comprendida entre un millón y miles de millones de veces la del sol.
Los agujeros negros empezaron a crearse muy temprano en el universo, por lo que “engordan” desde hace 10.000 millones de años.
Por su invisibilidad y su misteriosa razón de ser, los agujeros negros se hicieron lugar en el imaginario colectivo, como lo demuestran los filmes “Interstellar” y “El abismo negro”, así como la célebre obra “Historia del tiempo”, de Stephen Hawking.