Todos los domingos, doña Zulema visitaba a su hija Zulema Esther en su casa de Lambaré, donde almorzaba con ella, su yerno Julio Caballero y sus seis nietos.
El 1 de agosto fue diferente. El reloj marcaba las 12:00, pero el matrimonio no llegaba a la casa aún.
“Yo decía ‘qué raro que no lleguen todavía; eso es muy raro’ ”, decía doña Zulema, al tiempo en que se preguntaba que pudo haber sucedido. Cuando sonó el teléfono y le dijeron que era de la Policía y que había ocurrido un accidente, no imaginó siquiera la magnitud de la tragedia.
“Cuando me dijo que había acontecido un accidente, yo pensé que Julio chocó”. Es que a doña Zulema le acompañaba una constante preocupación por los accidentes automovilísticos. Cuando su hija era chica, fue atropellada y de milagro sobrevivió. Dos años antes, el hijo mayor del matrimonio, su nieto Julito, estudiante de medicina, había fallecido a los 22 años en un choque, cuando regresaba de su guardia.
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“Cuando llegué al Hospital de Policía, me dijeron: ‘No fue un accidente, ni se sabe lo que pasó. Mirá, ahí está en la televisión transmitiendo’.
Miré y vi el fuego. De repente, veo a Julio, mi yerno, que pasa en una camilla, con una respiración profunda ya, y ahí entendí que era quemaduras. Él estaba muy mal, dos días después falleció”, relató.
De su nieto supo recién a eso de las 4 de la tarde. “Fue a esa hora cuando se difundió un pedido de ayuda para encontrar a familiares del pequeño Manuel, de 3 años. Llamaba a sus hermanos por sus nombres y a su abuela ‘Mamacan’. Enseguida me avisaron”.
“Él tenía los ojitos quemados, las manos y los pies. El cuerpo se ve que el padre lo agarró; estaba intacto su cuerpo, no estaba quemado, pero los ojitos quemados. Ay, Dios mío, 22 días ahí estuvo internado, pobrecito. En el Quemado lo atendían muy bien. Médicos venían de aquí y de allá, medicamentos; no le faltaba nada. Pero era muy chiquito y estaba muy grave. Vivió 22 días con un tubo en la boca, porque él no podía comer, y con eso le alimentaban y ya no podía hablar. Lo que habrá sufrido este niñito. Ya estaba morfinómano”, recordó.
De su hija, jamás volvió a saber. En una ocasión le entregaron un cuerpo calcinado, pero durante el velorio una comitiva judicial lo retiró. Era de otra persona.
Pero fue ese momento de más oscuridad en su vida el que le permitió conocer la nobleza de gente solidaria.
Como vivían en alquiler, las excompañeras de colegio de su hija (Goethe) compraron una casa para los huérfanos. Becas de estudio acá y en Italia, víveres y todo tipo de ayuda recibieron en forma incesante.
“Me llegó ayuda de todos lados. Es impagable todo lo que hicieron”, recuerda emocionada.
A doce años de la tragedia, doña Zulema tiene la satisfacción de ver a sus nietos encaminados en la vida. La mayor trabaja en una telefónica; la segunda se casó y vive en Italia, el tercero trabaja en un banco y este año termina su carrera de administración de empresas; y el cuarto trabaja en una empresa privada.
“Hay que salir adelante, estudiar, trabajar; eso le digo a mis nietos, especialmente al más chico. Él está trabajando no más porque no puede estudiar más. Él estaba estudiando para ser piloto, pero es carísimo y le dije: “Dejate no más mi hijo de eso, trabajá y sacá vos partido’. Es un estudio muy costoso; yo no me comprometo ya de hacerme cargo de ese estudio. Él estudió un año, creo que se estudia dos o tres años, pero al terminar se exige 40 horas vuelo, y cada hora cuesta G. 800.000, o sea, se necesita entre G. 30 y 40 millones. Eso es impagable, está fuera de mi alcance”.
“Esta es la historia de esta tragedia tremenda que me tocó pasar en la vida. Acá estoy superando y tratando de ayudarlos en lo que puedo. Todos los que pasamos por ese trance tenemos que resignarnos y seguir la lucha por la vida. Con llorar, ya no ganamos nada. La vida continúa y tenemos que abrirnos paso, sea como sea”.
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Foto: Juan Ramón Ávila
