A pesar del avance de las aguas, las familias resisten hasta el último minuto

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La crecida del río expone la vida de los habitantes del Bañado Sur, muchos de los cuales se niegan a dejar sus casas, a pesar de la inundación. Cuesta entender por qué no quieren irse de allí y cómo sobreviven con sus niños. Juntos soportan las adversidades más inhumanas.

Cuando llegamos a Caacupemí es de mañana y llueve; caminan por aquí personas y animales, lo mismo una vaca que una chancha con sus crías. El río está a unos metros. Algunos vecinos están sentados mirando el día que empieza y otros compran escombros que llegan en camiones particulares para posponer, aunque sea unas horas, el avance del agua.

Édgar Sosa (21) y Dahiana Mazzini (19) tienen dos hijas, una de un mes de vida y otra de un año. Su casita es una pieza de terciadas y chapas sobre piso de lecherada. No hay baño a la vista. Nos cuentan que comparten con otros vecinos y familiares una letrina que descarga directo al arroyo Ferreira, el mismo que está a un metro de su vivienda. Este ya no corre por el gran volumen de agua que se mezcla con la basura y los excrementos. Una pava de agua hierve sobre el bracero y sobre la taza se juntan las moscas en gran cantidad. Édgar es vendedor ambulante. Un puente peatonal conduce a la zona de Cateura. El lugar no es ideal para estar, ni siquiera de paso.

Le preguntamos a Édgar qué le pediría al nuevo intendente, Mario Ferreiro, si lo tuviera enfrente. Y nos dice: “Le pediría ayuda para quedarnos aquí”.

Esta pareja es una de las que reciben atención médica de Conin, una fundación sin fines de lucro que trabaja por un Paraguay sin desnutrición en la primera infancia.

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“Aquí la gente se queda porque no paga luz, agua ni impuestos”, informa Amilcar Fretes, gerente de la fundación.

En el barrio San Blas, pegado a Cateura, encontramos a Dominga Cáceres (50) y su esposo, Ángel Vázquez (50), quienes cuidan a su hijo pahague y nietos, entre los que está una bebé cuya mamá es adicta al crack. Fueron los primeros en ir a vivir a este lugar hace 26 años.

Don Ángel cuenta que “vende helados en la pescada”. Otras veces es albañil. Entre sus pertenencias están cuatro chanchos y dos gallinas con las que comparte su pieza porque si quedan afuera se las roban. La bebé también recibe ayuda alimentaria de Conin.

“En unos días la Fundación cumple 20 años, y su labor empieza muy temprano ya que aquí los niños desayunan, comen a media mañana, almuerzan y meriendan”, destaca su directivo.

En la parte médica “se controla el peso y la talla de los infantes; también hay un club de mamás”, refiere Fretes. Cuentan con sicólogo, pediatra y nutricionista, así como educadora guía, enfermero y cocinera.

Quienes quieran conocer esta obra y ayudar pueden comunicarse al 0981451389.

mirtha@abc.com.py Fotos: Juan Avila.