La política seguida por los reyes católicos, que llevó a la España a caballo entre los siglos XV y XVI a convertirse en un estado moderno, el más moderno de su época, fue abruptamente modificada con el acceso al poder del príncipe feudal Carlos I –más conocido como el emperador Carlos V–, quien transformó la compartimentada y relativamente autónoma estructura estatal del feudalismo, centralizándola por medio de una potente burocracia real. Esto no impulsó la dinámica nacional burguesa, como sí se vivió en otros países europeos que optaron por fortalecer la participación burguesa, como el caso de Inglaterra.
Si bien esta política sirvió en su momento para articular la primera potencia mundial como lo fue España, se quedó allí. No evolucionó. El anquilosamiento del sistema administrativo español, que de ser el más moderno estado europeo –con administración moderna, sistema político reformado y con unidad nacional–, a la cabeza de los países europeos de mediados del segundo milenio de la Era cristiana, pasó a convertirse en el más empobrecido y deteriorado país, que, pese a ser metrópoli de un extenso territorio con dominación colonial, se derrumbó como un castillo de naipes, al ser herido en sus flancos débiles e indefensos.
A ese derrumbe se sumaron hechos, circunstancias, ideologías, negocios y diversos otros factores enmarañados en una trama determinante de las decisiones de los actores políticos que protagonizaron aquellos hechos que llevaron a todo un continente a cortar sus vínculos políticos y construir una nueva sociedad, basada en la igualdad en libertad para el ejercicio de su soberanía.
Los acontecimientos de mayo de 1811 en el Paraguay, así como lo ocurrido en la antigua capital virreinal un año antes, no fueron un simple levantamiento militar para derrocar al poder colonial, sino un hecho determinado por la crisis peninsular y como una resolución de los patriotas para evitar el vacío ante la desintegración de una estructura supranacional, como el sistema colonial español, lo que derivó en el autogobierno de las antiguas provincias.
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La fuerza de las ideas
El derrumbe o la desintegración del sistema colonial español en América fue el resultado de la falta de visión de sus líderes para adecuarse a las nuevas corrientes ideológicas y filosóficas, así como a la incapacidad de la sociedad española de adaptar su sistema productivo a las nuevas tecnologías que iban ganando terreno en el continente europeo, cambiando radicalmente la situación económica y social de la época.
La aparición de nuevas ideas iban permeando paulatinamente las sociedades de la época, revolucionando el pensamiento del hombre y planteando situaciones y cuestionando realidades que se consideraban naturales, inmanentes e inmutables.
Estos cambios en la conciencia del hombre de aquella época sacudieron profundamente los cimientos y las estructuras de las sociedades de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Los acontecimientos de mayo de 1810 en el Río de la Plata y de mayo de 1811 en el Paraguay no pueden explicarse sin la confluencia de factores que llegaron a influir abiertamente en la independencia americana y, por ende, de nuestro país. Uno de aquellos factores fueron las ideas renovadoras que iban surgiendo y que fueron ganando espacio en Europa.
Desde el siglo XVII, heredero de la liberación y exaltación del hombre por el Renacimiento, iba ganando terreno un estado de opinión que fue afianzándose a lo largo del siglo XVIII y que fue conocido como la Ilustración, o como la definió el filósofo Emmanuel Kant, la “liberación del hombre de su culpable incapacidad”, sintetizando en una visión universal las ideas sobre Dios, la razón, la naturaleza y el hombre. Estas nuevas ideas se plasmaron en un gran movimiento intelectual que inspiró avances revolucionarios en el arte, la filosofía, la política y la economía.
La Ilustración preconizaba que, ante todo y sobre todo, estaba la razón. Efectivamente, la Ilustración daba suma importancia a la razón y sus posibilidades para transformar y organizar la sociedad.
Para este movimiento, el pasado no determinaba de forma inexorable la evolución de la Humanidad, sino que preconizaba que ella –la evolución de la Humanidad– se basaba en la conciencia de los hombres sobre sí mismos, su inteligencia y su libre albedrío.
La Ilustración era contraria a todo dogmatismo y determinismo, por lo tanto se contraponía a realidades políticas y morales imperantes, como el absolutismo monárquico y al dogmatismo religioso.
Por otra parte, los logros científicos que venían desarrollándose desde el Renacimiento llevaron a concebir el universo como una realidad dinámica regida por leyes que la razón podía desentrañar y explicar.
En ese sentido, se postuló el “deísmo”, según lo cual Dios era el “arquitecto del universo”, el creador de las leyes universales, pero que no intervenía directamente en ellas. Estas ideas tuvieron sus negadores y detractores, y no faltaron quienes radicalizaron sus concepciones y se hicieron ateos.
Consciencia en educación
“En vísperas de una nueva conmemoración de nuestra independencia, me preocupa que a nuestras autoridades no les importe la educación, y sin ella solo vamos a ir hacia abajo. Les pido más consciencia sobre esto, porque es trascendental para nuestro futuro”, dijo claudia Velázquez.
Los nuevos próceres
“La educación es nuestra bandera. Nosotros somos patria y debemos construir una para todos. Hoy somos los nuevos próceres, y nuestra misión es cumplir con lo que ellos empezaron: un Paraguay con educación de calidad, sin hambre, independiente y soberano”, dijo Ana P. Villanueva.
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