Disputas políticas e históricas: una tenaz lucha femenina

Según cuenta la historiadora Ana Barreto, la liberal Carmen Casco de Lara Castro defendió la idea de reconstrucción. “Y después de la gran hecatombe, ¿a quién se le debe el Paraguay de la reconstrucción? A la mujer y nada más que a la mujer”. Entre las personas que integraban la adhesión a la idea estaban Idalia Flores de Zarza, Susana Elizeche de Codas, el rector de la UNA Dionisio González Torres, el director de la Casa de la Independencia Gral. Raimundo Rolón, entre otros.

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Idalia Flores de Zarza (ya fallecida), historiadora y catedrática universitaria, nació en la localidad itapuense de Coronel Bogado el 11 de enero de 1918. Ella fue la principal mentora de la declaración del Día de la Mujer Paraguaya.

Vivió muchos años en la ciudad fronteriza de Pedro Juan Caballero, donde se dedicó a la docencia. Estudió en la Universidad Nacional y se recibió de historiadora. Fue una de las fundadoras del Instituto Femenino de Investigaciones Históricas y fue miembro de la Academia Paraguaya de la Historia, además de otras prestigiosas entidades culturales, nacionales y extranjeras.

Tuvo activa participación en la recuperación del Libro de Oro de la Mujer Paraguaya, reliquia que había sido llevada al Brasil durante la Guerra de la Triple Alianza. Dio a Carmen de Lara Castro la responsabilidad de presentar el proyecto de ley por el cual se declaraba el 24 de febrero como Día de la Mujer Paraguaya, que fue promulgada por decreto el 6 de diciembre de 1974, en alusión a la “Primera Asamblea de Mujeres Americanas”, que tuvo por escenario la ciudad de Asunción y se realizó en el año 1867 en la Plaza de Mayo (Paraguay). De esta reunión participaron mujeres de la capital y del interior del país, que se pusieron de acuerdo en cómo ayudar a la causa de la Guerra contra la Triple Alianza.

Por su trayectoria, doña Idalia recibió distinciones y condecoraciones de gobiernos extranjeros.

Falleció en Asunción el 23 de junio de 2009. La fecha es en recordación de las grandes luchas de las mujeres paraguayas y su participación activa en todos los ámbitos de la sociedad, tanto en lo político y económico como en lo intelectual.

Hoy, en diferentes planos, se destaca el protagonismo de ellas en la construcción del país. La historiadora Ana Barreto nos lo explica.

El Paraguay de Stroessner de entre 1964 y 1970 se encontraba en plena tarea de exaltación nacionalista de la Guerra del 70. No era para menos; se cumplían 100 años del devastador conflicto bélico y el mismo dictador se presentaba como el segundo gran reconstructor de la nueva república.
La historiadora Beatriz Rodríguez Alcalá encendió la chispa con un artículo publicado en La Tribuna el 1 de marzo de 1970, donde analizaba brevemente la figura de mujer en la Guerra contra la Triple Alianza y manifestaba el deseo de la visibilidad femenina, ya que todas las “presencias” de la guerra se centraban en sus grandes héroes masculinos. La figura femenina defendida por la historiadora fue el de la reconstructora, aquella mujer que contribuyó con esfuerzo al Paraguay de la postguerra. El artículo en cuestión movilizó a la Asociación de Graduadas Universitarias, una organización compuesta por mujeres coloradas, entre ellas Mercedes Sandoval de Hempel, María Raquel Livieres Argaña, Ana Herken de Mengual y muy especialmente una de las primeras médicas paraguayas, la doctora Gabriela Valenzuela, a confrontar la visión de reconstrucción del país por parte de las mujeres, presentando a la residenta como ejemplo femenino paradigmático de aquello que se entendía eran las heroínas del 70.
Ambas visiones, de fuerte argumento histórico, presentaban profundas confrontaciones políticas. La visión de la reconstructora era la de la mujer –sufrida, por cierto– que, participando o no de la contienda, levantó al Paraguay de la ruina.

Argumentaba la historiadora Beatriz Rodríguez Alcalá que una reconstructora no necesariamente podría haber sido residenta, por haber estado en el extranjero, y citaba a Rosa Peña, prolífica maestra de fines del siglo XIX, como una de ellas. Este ejemplo rozaba peligrosamente con el grupo de élite liberal al cual la historiografía tradicional nacionalista había llamado peyorativamente como “legionarios”.

Las coloradas, desde su asociación –con influencias claras de Juan E. O’leary–, defendían la imagen de las residentas como aquella mujer que siguió abnegada e incondicionalmente a Francisco Solano López hasta el final en Cerro Corá. Ya la doctora Valenzuela, desde 1960, se encontraba promoviendo esa figura con discursos, la colocación de placas de bronce en el Panteón de los Héroes y del cambio de nombre de la calle Sarmiento por la de Las Residentas.

Aunque claramente se percibía en el argumento de las mujeres coloradas la imagen femenina aceptable para el régimen dictatorial stronista, ambas posiciones fueron seguidas por la sociedad desde la prensa, ya que las posturas se defendieron con argumentos, y la diplomática disputa incluyó el apoyo o la línea neutral de otras organizaciones civiles desde el Ateneo Paraguayo, Los Amigos del Arte, el Instituto Femenino de Investigaciones Históricas, la Academia Paraguaya de la Historia, hasta músicos, como Remberto Giménez o el propio arzobispo Aníbal Mena Porta.

En el inicio, la discusión, aparte de defender lo que se entendía como heroísmo femenino, proponía la creación de dos monumentos llenos de simbolismos: la reconstructora, que debía ser representada por una mujer sin rostro, con niño y con una pala en la mano, y la residenta, vestida de harapos con un niño, un hombre muerto a los pies y una bandera.

Ambos grupos de mujeres presentaron sus pedidos de monumentos al Ministerio de Obras Públicas, a la Municipalidad de la Capital y a la Cámara de Diputados.

La Asociación de Graduadas Universitarias no se quedó atrás. Presentaron ellas mismas una nota dirigida al entonces presidente de la Cámara de Diputados, J. Augusto Saldívar, defendiendo a la residenta como heroína nacional haciendo mención que el propio presidente Gral. Alfredo Stroessner les había dado aliento en sus propósitos.

No tardó el Estado en ofrecer respuesta, en julio de 1970. La única llamada reconstructora era la mujer sobreviviente, incondicional, que había acompañado al ejército de López hasta el último momento. Solo una paraguaya residenta podría llamarse reconstructora, “y no aquellas venidas del extranjero, especialmente de Buenos Aires, contaminadas del virus de la traición y el mitrismo que intentó imponer una historia falseada”. Ser legionaria flotaba en el aire como la acusación de la más viva traición.

La historiadora Beatriz Rodríguez Alcalá lamentó públicamente lo que consideró una ofensa a la memoria de las paraguayas del ayer, y de las que –los hombres, también– apoyaban la idea.

El final de la discusión está hoy a la vista. Uno de los monumentos a la residenta se encuentra camino a Luque y es obra del escultor Francisco Javier Rolón: la figura de la mujer, el niño y la bandera, aquella imagen que encendió fuegos viejos acusatorios de disputas políticas en torno a la reconstrucción del país, pero que, a diferencia de aquella entre el Dr. Cecilio Báez y Juan E. O’Leary sobre la tiranía en 1902, esta incluyó a las propias mujeres que tenían diferentes miradas sobre la importancia de ellas mismas durante y luego de la Guerra.

clopez@abc.com.py

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