Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Todo el Paraguay hoy tiene un colorido diferente: es el Domingo de Ramos. En la cultura religiosa popular, este día es muy especial. Mucha gente que hace mucho no va a la iglesia, hoy se siente llamada a comprar su ramo trenzado de pindó, tal vez con algo de ruda, y participar en la procesión con la tradicional imagen de Jesús sobre un asno. Bendicen sus palmas y las agitan entre aclamaciones a Cristo mesías.

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Dos celebraciones en una

Este primer día de la Semana Santa tiene en los elementos que lo componen una doble tradición. Por una parte, aquella de la Iglesia de Jerusalén que en la tardecita del domingo que antecedía la Pascua revivía in loco la entrada mesiánica de Jesús en la Ciudad Santa. Esta procesión no estaba ligada a la misa que ya había sido celebrada en la mañana, sino que concluía con un lucernario en la Basílica de la Resurrección. Con el pasar de los años, a causa de los peregrinos, esta celebración empezó a ser imitada también en Occidente.

La otra tradición era aquella de la Iglesia de Roma que celebraba en este domingo la Pasión del Señor. Es el único domingo en el año que se proclama el largo evangelio de la Pasión, y es leído por tres personas diferentes, dando así aún más dramaticidad al texto. Por muchos siglos, la iglesia de Roma no conoció una procesión con Ramos. Fue necesario esperar hasta el siglo XI, para que se hiciera costumbre tener una procesión de ramos en este domingo en Roma.

Es por eso que la celebración de este domingo tiene estos dos centros: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y su Pasión. La proximidad de estos dos relatos nos pone delante de una intrigante contradicción: un día aclamado y ovacionado y unos días después despreciado y condenado a la muerte.

Este es un día oportuno para que cada uno revea su relación con Jesucristo. Tal vez también nosotros hagamos lo mismo: en algún momento lo exaltamos y nos enorgullecemos por nuestra identidad cristiana, pero cambiando la situación lo traicionamos, lo vendemos, lo negamos o lo despreciamos, haciendo pactos con la maldad, con la corrupción, y olvidándonos completamente de nuestro ser de discípulos.

En el año de la misericordia

Estamos viviendo el Año Santo de la Misericordia, en el cual el papa Francisco nos invita a ser “misericordiosos como el Padre”. Por eso, en esta fiesta de la Palmas somos invitados a reconocer a este Jesús que viene a nuestro encuentro también en los pobres, en los marginados, en los sufrientes y aclamarlo en ellos con las palmas de nuestra solidaridad, o ponerle nuestros mantos del servicio desinteresado.

Nuestra misericordia tiene que hacerse concreta. Y no tanto porque estas personas necesitadas sean las más buenas o santas, sino porque en ellas la vida está amenazada. Aunque ellos hayan pecado o equivocado en la vida, el Padre eterno quiere a través de nosotros socorrerlos pues tiene entrañas de misericordia hacia todos sus hijos.

Y aunque muchos nos quieran paralizar, quieran endurecer nuestros corazones, diciéndonos que ellos no merecen nuestra atención, debemos estar decididos a permanecer fieles a la misericordia, pues se nos callamos las piedras gritarán.

Sacerdote capuchino

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