El amor de Jesús al enemigo generaba mucha incomodidad

“Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”, (Mt. 26, 18). Era inminente, la hora de Jesús estaba llegando. Él era más que consciente de que sus palabras, sus gestos, sus denuncias, pero sobre todo su discurso del amor incluso a los enemigos estaba generando en muchos una incomodidad terrible.

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La revolución del amor tiene una fuerza increíble capaz de hacer temblar a las estructuras más perversas, porque es capaz de transformar corazones y restaurar vidas. Esta propuesta de Jesús era demasiado subversiva y ponía en riesgo muchos intereses: era hora de quitarlo de en medio.

Aún sabiendo que viviría momentos sumamente duros, Jesús manifiesta una serenidad, una madurez y un equilibrio absoluto como fruto de su confianza en el Padre; aún sintiendo lo que estaba por venir, tiene la libertad y el deseo de compartir con sus amigos más queridos; tiene tiempo para invitarlos a preparar una cena, piensa en los detalles más mínimos, indica cuál es el lugar ideal para que aquél ágape sea recordado de un modo más que especial.

Jesús no antepone su temor o su angustia al encuentro con los suyos; al contrario, quizá ese momento previo al gran dolor se hacía más significativo al estar en la presencia y en la compañía de las personas a las que más amaba.

Jesús no solo se estaba preparando para celebrar la pascua judía; se preparaba él y preparaba a los suyos para su propia Pascua. Todo lo que irá a decir y a hacer durante aquella cena no es otra cosa más que una prefiguración de lo que le tocará vivir durante su Pasión, Muerte y Resurrección. El Maestro está preparando el corazón de sus apóstoles para que estos sean capaces de recibir como corresponde su mayor herencia: el amor-servicio, la Eucaristía.

Preparar la casa para recibirlo

Hemos visto que Jesús no olvidó ningún detalle a la hora de enviar a sus apóstoles a que preparen el lugar en donde celebrarían la Pascua. Y quiso que se prepare todo muy bien porque justamente se encontraría allí con aquellos a quienes un día él mismo llamó para que lo sigan, con sus amigos, con quienes caminaron a su lado durante tres años, con quienes compartió sin duda la vida, los sueños, las esperanzas, las frustraciones y los sinsabores de la incomprensión.

Para Jesús no daba igual que en unos días más lo matasen y que terminaría ya toda su misión en la Tierra, como para no darle importancia a los detalles significativos de la vida. Aún en medio de ese clima doloroso para sí, tuvo la delicadeza de preparar lo mejor posible la cena pascual para vivirla con los apóstoles.

Qué hermoso gesto de Jesús, que nos invita siempre a reconocer la importancia de la dignidad de las personas con quienes convivimos; a veces nuestros apuros, nuestras impaciencias, nuestras urgencias nos llevan casi a ignorar a los que están cerca de nosotros, a nuestros propios familiares, amigos, compañeros, etc.

A veces como estoy tan apurado y con tantas cosas por hacer, ya se me olvida el despedirme al salir de casa, o el beso que le solía dar a mis padres, quizá la sonrisa para con los hermanos. En fin, cuántas veces cambiamos lo importante por lo urgente.

Ojalá no estemos también dejando de lado a Jesús; la oración, los sacramentos, o la vida eclesial por estar muy quebrantados con nuestras cosas de cada día.

Ojalá no vivamos nuestra vida de fe a las corridas, sin la preparación debida. Jesús se acordó de nosotros incluso en el momento más doloroso de la cruz.

¿Vamos a dejarlo a él en un segundo plano por culpa de nuestras pequeñeces de cada día? Mejor, dispongamos estos días santos para preparar bien el corazón y poder junto al Señor resucitar de nuevo a una vida plena.

Oremos

Danos Señor, la sensibilidad de prepararnos bien para celebrar tu Pascua. Ya que has querido entrar en nuestra casa para vivirla más intensamente, prepara nuestro corazón para que se decida cada día a darte el tiempo, el espacio y la atención necesarios para recibir de ti la verdadera Vida. Amén.

¡Paz y bien!

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