De la firma del Protocolo a la del Tratado de Paz, llevó otros tres largos y angustiantes años, tantos como el lapso en que el suelo chaqueño fue abundantemente regado con sudor, sangre y lágrimas.
A mediados de mayo terminó la ofensiva boliviana. El último mes siguiente solo se dieron acciones parciales. El ejército boliviano mantuvo el bastión de Villa Montes, sector donde se dieron algunos encuentros de patrulla, combates de infantes atrincherados y algunos duelos de artillería. Esa misma situación se vivió en otros frentes, pero el golpe final a la ofensiva boliviana tuvo lugar con la caída de Mandyyupecuá.
Ingavi y la puerta hacia la paz
Ingavi era un centro importante por el cual cruzaban los principales caminos como el de Santa Fe y Charagua y el de Ravelo a Roboré y Puerto Suárez, además de ser zona ganadera, cuya posesión en manos paraguayas significaba un serio riesgo a Roboré y a los caminos que conducían de Santa Cruz de la Sierra a Puerto Suárez, sobre el río Paraguay.
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Para recuperar Ingavi (los paraguayos tenían la consigna de que ese punto no debía caer en poder del enemigo), los bolivianos atacaron tomando Pozo del Tigre y el 1 de junio se reiniciaron las hostilidades obligando a las tropas paraguayas a replegarse. El 4 de junio los paraguayos pasaron a la ofensiva, arrollando en varios frentes a su enemigo, que ya estaba escaso de provisión de víveres y municiones, lo que les obligó a replegarse, prácticamente aniquilados. La noticia de que la VI División del ejército boliviano fue destrozada por el paraguayo influyó decididamente en la concertación del armisticio firmado en la noche del 8 de junio y que llevó a la firma del protocolo de paz, el 12 de junio de 1935.
¡Estalló la paz!
Luego de intensas gestiones, el mediodía del 12 de junio de 1935, Luis A. Riart (ministro de Relaciones Exteriores paraguayo), Tomás M. Elio (canciller boliviano) y los negociadores Carlos Saavedra Lamas, canciller argentino; José Carlos de Macedo Soares, canciller brasileño; José Bonifacio de Andrada e Silva, embajador brasileño, Luis Alberto Cariola, embajador chileno; F. Nieto de Río, delegado especial chileno; Alexander W. Weddell y Hugo Gobson, embajadores norteamericanos; Felipe Barreda Laos, embajador peruano, y Eugenio Martínez Thedy, embajador uruguayo, concertaron la cesación de las hostilidades entre el Paraguay y Bolivia por medio de una Conferencia de Paz, convocada por el gobierno argentino.
Los mediadores y los delegados de ambos países concertaron la “cesación definitiva de las hostilidades sobre las base de las posiciones actuales de los ejércitos beligerantes”. Para ello acordaron una tregua de doce días “con el objeto de una comisión militar neutral, formada por el representante de las naciones mediadores, fije líneas intermedias de las posiciones de los ejércitos beligerantes”.
El Protocolo de Paz de 1935 fue aprobado por el Paraguay el 20 julio de 1935, y por Bolivia, al día siguiente.
Cese del fuego
El fuego cesó al mediodía del 14 de junio de 1935. Media hora antes, tratando de impresionar a los paraguayos, por orden del alto mando boliviano, se realizó un largo tiroteo de hostigamiento en todo el frente, desde el Pilcomayo al Parapití, que sería respondido por los paraguayos de igual manera.
Este intercambio de fuego fue el más intenso de toda la guerra, pero al mediodía cesó bruscamente y los combatientes se entregaron a calurosas muestras de alegría entre sí. En un momento dado, las trincheras fueron asaltadas por ambos contendientes, pero en vez de blandir armas, a lo largo de todo el frente, los soldados se unieron en efusivos abrazos fraternales y al intercambio de sencillos recuerdos personales.
Como dijo un historiador, aquella fue la primera vez en la historia de la humanidad que dos pueblos anudaron lazos de amistad desde el primer momento de su encuentro fuera del campo de batalla que los separaba hasta solo unos instantes antes.
Luego de 1.095 días, finalizó la más estúpida de las guerras, como la calificó el conductor civil de la contienda por el lado paraguayo, el doctor Eusebio Ayala.
Por su parte, el victorioso conductor militar paraguayo de la guerra, General Comandante en Jefe del Ejército en Campaña, José Félix Estigarribia, lanzó una proclama dirigida a los jefes, oficiales, clases y soldados, que decía:
“Con profunda emoción os anunció la cesación de la lucha. En tres años habéis demostrado ser dignos de vuestros mayores, realizando una obra que las generaciones del porvenir recordarán con orgullo. Quiera Dios que ellas se inspiren siempre en vuestro ejemplo. Habéis vencido en jornadas inolvidables a un enemigo tenaz y a una naturaleza hostil. La Nación no olvidará a quienes combatieron y sufrieron para salvarla de la mutilación y de la deshonra. Si un pueblo debe ser grande por el sacrificio de sus hijos, digo que el nuestro está llamado a los más altos y nobles destinos. En este día tan feliz, recuerdo especialmente, con el corazón dolorido, a los hermanos que cayeron desde Pitiantuta hasta Charagua. Sea para ellos nuestro homenaje y sírvanos en todo tiempo el santo ideal que los llevó a la muerte en plena juventud.
Jefes, Oficiales, Clases y Soldados Combatientes y de los Servicios:
A todos mi gratitud de paraguayo y de soldado. Yo llevaré a la tranquilidad de mi hogar, como el más grande honor de esta guerra, el haber sido vuestro Comandante en Jefe”.
surucua@abc.com.py
