Ayudada por la gente que la cuida todos los días, encabezada por su hija Margarita, Aura, “doña Tota”, entró a la sala y se acomodó en uno de los mullidos sillones. “¿Están seguros de que estas personas (refiriéndose a la prensa) no me quieren atacar?”. Hecha la aclaración de que llegamos para asombrarnos una vez más de su vitalidad, toma total confianza. “Ah, si es así, podemos conversar; a mí eso es lo que me gusta”. Aura cumplió el pasado 23 de diciembre no solo un año más sino un milagro de vida. 108 años –sin gafas, sin audífonos, sin temblores– acompañados de un estado de salud envidiable. Pero sobre todo tenerla cerca es una clase magistral de permanencia a través de la fe religiosa y la familia. “Acabo de despertarme de la siesta; a la mañana me despierto a las 6:30 y me levanto a las 7:00, 8:00, desayuno y leo las noticias de los diarios. ¿Que cuántos años tengo? No sé, no me preguntes eso, pero son muchos”. Aura nació en la ciudad de Luque en 1907, fue maestra; durante la entrevista agradeció constantemente a sus padres por la educación que le dieron: “Me educaron demasiado bien; papá era abogado, un liberal que ayudaba mucho a los pobres, y mi mamá también me enseñó a ser buena persona. ¿Para qué te vas a querer poner por encima de nadie?”.
–Doña Tota, no me voy sin que me cuente su secreto para estar así de bien.
–¿En qué aspecto decís que estoy bien? No creo, ya no puedo hacer nada, Dios no me deja. A mí lo que me gusta es mirar que las cosas se hagan bien. Quiero descansar sabiendo que todo se hizo como tenía que ser.
–¿Qué leíste en las noticias?
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–Leo todo, todo. Y quiero comentar y que la gente también comente, así tengo competencia. Porque cuando te miran y no te dicen nada, eso es indiferencia. Si yo no digo nada es porque no se me ha preguntado. Todos los días hay que procurar para no quedar aplastado. Decime, ¿cuántos días tiene la semana? ¿5?... bueno, por lo menos 4 días tiene.
–Ahora llega la Semana Santa.
–La Semana Santa… ¡y qué poco somos nosotros! Ñandejára es grande. No puede ser que Jesús, con ese nombre tan lindo, con esos modos tan lindos, haya venido a la tablita donde estamos subidos nosotros, venir a posar sus pies acá… Quisiéramos un día comprender el porqué hizo eso.
–¿Cómo pasabas antes estos días?
–Con amor, ¿cómo más? Saludando con respeto a los demás, eso es lo más importante. Yo nunca fui engreída.
–Por eso tal vez estás sana, feliz.
–¿Feliz?, ¿qué significa eso? Yo respeto y quiero. Nunca he pasado mal.
–Antes me contaste que te gustaba ayudar.
–Sí, yo nací así y me quedé con eso. Quisiera ayudar toda la vida y saber si están conformes con mi ayuda. Me parece poco lo que doy; ustedes que tienen más fuerza, pueden dar más que yo. Den.
–Solemos pedir saber dar cuando rezamos.
–El rezo no es blablablá. Esperá que voy a rezar algo pero con sentimiento: “Padre Nuestro que estás en los cielos…”, ¡qué profundo!, “santificado sea tu nombre…”. Todas las oraciones, si las decís despacio, las sentís más.
–Todavía no me contaste qué hacés para estar tan bien de salud.
–Bueno, me cuido en las comidas; si me paso, ya sé que eso fue lo que me hizo mal.
–Ahora vas a comer rica chipa.
–Voy a comer y después te digo si está rica o no. La chipa me gusta porque sale del pueblo.
–Así hablan algunos presidentes. ¿Te gusta el que tenemos?
–¿Quién es?
–Horacio Cartes.
–Horacio… no lo conozco. Y, bueno, si es buena persona tiene que dar a todos, no solo a unos y a otros nada. Todos somos hijos de Dios y cuanto más lo seamos, más nos vamos a ayudar. Ñandejára sabe que todos estamos en su viña, no solo unos cuántos.
–¿Qué te gustaría decirle a la gente que está enferma, que se siente triste?
–Primero le preguntaría qué remedio tomó, después le pasaría los que a mí me hicieron bien.
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