Las diversas realidades de cada país europeo marcaron las características de esta tendencia ideológica: Una Francia gobernada por un sistema monárquico absolutista llevó como resultado una Ilustración más anticlerical y política, diferente a la desarrollada en una Inglaterra con una monarquía liberal. En Alemania los debates se centraron en torno a la metafísica y la religión.
Fruto de la Ilustración fueron las primeras teorías modernas secularizadas. Empezaron a ser rechazadas las explicaciones escolásticas del mundo. Los objetos del entendimiento no podían ser entidades constituidas previa e independientemente de él ni tampoco ideas innatas. Esto abrió paso a una nueva visión de la ética y de la sociedad, cuya ordenación dependería solo de la razón humana.
En Francia, donde la organización política era inflexible y absoluta, la reacción contra la rígida jerarquización y desigualdad desembocó, inexorablemente, en ideales revolucionarios. Algunos de sus mentores postulaban un liberalismo garantizado por la separación de los poderes –en Ejecutivo, Legislativo y Judicial–. No faltaron quienes atacaban abiertamente el absolutismo o propugnaban el imperio del orden y de una sociedad regida por el ejercicio de la libertad.
Las ideas de la Ilustración prendieron fuertemente en Francia, Inglaterra y Alemania. Más tímidamente en Italia y España. Estas nuevas ideas tuvieron un inusitado arraigo en las colonias hispanoamericanas, donde contribuyeron decididamente a formar el pensamiento de los líderes independentistas.
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