La fuerza de los negocios en la Independencia

Este artículo tiene 8 años de antigüedad
/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2394

Después de la invención de la agricultura en la llamada Revolución neolítica, la economía mundial no conoció ninguna transformación sustancial hasta que, desde la segunda mitad del siglo XVIII, comenzó en la Gran Bretaña la Revolución industrial. Estrechamente relacionada con el desarrollo del sistema capitalista, la industrialización se extendió por todo el mundo y determinó el surgimiento de nuevas formas de sociedad, de estado y de pensamiento.

La comprensión de los acontecimientos ocurridos en la América española no puede estar apartada del impacto e influencia que la Revolución industrial tuvo en la forma de pensamiento de aquella época y la concepción de un nuevo orden económico y político.

El conjunto de innovaciones técnicas derivó en una serie de transformaciones económicas y sociales que originaron el paso de un tipo de economía estática –la agrícola y feudal– a un proceso de crecimiento autosostenido –economía industrial y capitalista–.

La industrialización en la Gran Bretaña estuvo muy unida a la consolidación del sistema capitalista, basado en la libre competencia de las fuerzas del mercado, tal como lo preconizaban los teóricos del liberalismo, por lo que ambos, el liberalismo y la industrialización, están estrechamente ligados.

El proceso de industrialización, que alcanzó su apogeo rápidamente en Gran Bretaña, tuvo un desarrollo más lento en el continente europeo, debido a la pervivencia de las tradicionales estructuras agrarias, hecho que no solo acentuó las desigualdades entre países, sino también entre zonas distintas de un mismo país.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

En un principio, la industria inglesa se organizó en régimen familiar. El capital se fijó primero en las industrias textiles, cuya mano de obra se vio asegurada por la gran cantidad de campesinos que fueron desplazándose a las ciudades, especialmente las que eran foco de desarrollo industrial.

La Revolución industrial, que se inició en Inglaterra y que ganó ímpetus en el último tercio del siglo XVIII, dio un nuevo impulso al capitalismo inglés y demandó la búsqueda de nuevos mercados para la colocación de los productos ingleses, frutos de una manufactura altamente competitiva y que ya había saturado el mercado local.

Por ello, la Revolución industrial –iniciada y desarrollada en Inglaterra– tuvo mucha importancia en la aparición de los movimientos independentistas americanos. Ella había desatado una conflictiva carrera por el control de los mercados, lo que llevó a Inglaterra a una situación de guerra con Francia, a la que fue arrastrada España, como aliada circunstancial de Francia.

Esta situación, luego, se trasladó a América y fue uno de los ingredientes importantes en las revoluciones emancipadoras americanas.

Condiciones para una revolución

La invención de portentos tecnológicos, con máquinas que realizaban el trabajo de los artesanos, la instalación de arsenales, una nueva comprensión de la química, el descubrimiento de nuevas fuentes de energía, como el vapor, el gas o los experimentos con la electricidad; la instalación de herrerías y acerías, el mejoramiento de las técnicas navales y de navegación, el mejoramiento de los caminos y los transportes, el desarrollo de la industria textil, el vapor aplicado a la navegación, al transporte y a la producción; la multiplicación de la fuerza por medio de la hidráulica, la construcción de vías férreas y locomotoras, la construcción de puentes de hierro, el mejoramiento de las técnicas de guerra, la aplicación de la técnica a la agricultura, la invención del trabajo en cadena, la creación de empleos por medio de industrias, etcétera, llevaron a la emergencia de Inglaterra como una potencia industrial indiscutible, a caballo de los siglos XVIII y XIX, A partir de esta situación, el Estado inglés –como toda potencia hegemónica– desarrolló un doble discurso y una doble política comercial: mientras en el plano interno propiciaba un férreo proteccionismo que aseguraba su desarrollo industrial, en el plano externo promocionaba e imponía el libre cambio y el libre comercio, pero comprando a precio vil materia prima del extranjero.

Para mantener vivo y vigente su cada vez más creciente industria, Inglaterra ponía en práctica un notable “monopolio del contrabando”. Mientras sus barcos transportaban esclavos para la producción agrícola americana, atiborraba sus bodegas de productos manufacturados para ser introducidos en las colonias americanas de contrabando.

Una vez vendidos estos productos, los buques regresaban llevando, también de contrabando, materia prima con destino a sus fábricas (cueros, algodón, tasajo, cebo, etcétera).

¿Cómo reaccionaba España ante esta situación? Hasta entonces, la administración colonial española en América permitía la salida de sus productos solo por determinados puertos.

Los productos del Río de la Plata debían salir, indefectiblemente, por el puerto de El Callao, en el Perú, luego de un difícil y tortuoso itinerario (Asunción, Santa Fe, Tucumán, Bolivia, Perú) que encarecía tremendamente los productos por los derechos que debían ir pagando por el camino. Desde El Callao debían ser trasladados en barcos hasta Panamá, cruzar el istmo a lomo de bestias o carretas y, nuevamente reembarcados, eran llevados a predeterminados puertos españoles.

¿Cómo enfrentaban esta injusta y onerosa situación los productores locales? Llevando sus productos a Buenos Aires, Montevideo o Rio Grande do Sul, comercializándolos –de contrabando– con los contrabandistas ingleses.

Sueño incumplido

“Lamento mucho que los sueños de los próceres de la independencia aún no se cumplan. Ellos ya soñaban, hace 206 años atrás, con una patria más libre, soberana y comunitaria; con la reforestación de los bosques; la enseñanza gratuita; la construcción de caminos; y con la libre navegación de los ríos, pero hoy seguimos soportando penurias. Aún queda mucho por hacer”, dijo Jorge Adalberto Troche, tataranieto del prócer Mauricio José Troche.

Salvada del abandono

“La Casa de la Independencia fue salvada del derrumbe y criminal abandono de varios gobiernos por mi padre, Juan Bautista Gill, quien fue un gran patriota. Mi padre pensaba que un país que se considera civilizado, no podía tratar así la memoria de los que construyeron la patria. La casa de la Independencia es la única reliquia de valor histórico que nos queda, por ello insto a que se siga preservando este pasado vivo”, dijo Esperanza Gill.

surucua@abc.com.py