No ser un traidor

Se va acercando la hora de su muerte, Jesús sabe de ello, y sus sentimientos son conturbados, pues como verdadero hombre que era, no solo tenía una ansiedad delante de la muerte, sino que lo quebrantaba más todavía la traición de uno de sus compañeros, a quien Él había elegido y dado tantas muestras de amistad.

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Dice el texto: “Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Se estremece, se conmueve, aunque no desiste, porque tiene plena conciencia de que su entrega cambia la condición de toda la humanidad, desde sus orígenes: de alejada de Dios, se vuelve cercana a Él; de enemiga del bien, se transforma en templo del Espíritu Santo y de empantanada en cosas efímeras y vanidosas, se torna merecedora de los bienes eternos.

Por ello, sostiene san León Magno: “Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por los impíos; y como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la muerte, tomó de nosotros, al nacer, lo que pudiera ofrecer por nosotros”. 

Aceptó la debilidad, que es nuestra propiedad, sin embargo, cuando a una amargura se suma otra amargura; a una decepción, otra decepción, es fácil que el corazón humano naufrague. Esto podría haber pasado con Él, si no fuera por la profundísima experiencia que poseía del amor de su Padre.

De modo dramático y lamentable en el grupo de sus seguidores, además de la entrega, confianza y generosidad, ahora se añade también la constante posibilidad de la traición.

Así que en la Iglesia de Jesús, es decir, entre sus amigos y amigas, colaboradores y colaboradoras, en fin, entre todos los bautizados, está el riesgo de la infidelidad al Evangelio, de dejarse atrapar por el materialismo, por los abusos sexuales, por la hipocresía, por la manipulación y por una funesta omisión, que daña a quien la practica y a quien no recibe los beneficios que tendría que recibir.

Por ello, el clima es de mucha tensión, pues Judas está listo para vender a su Maestro por treinta monedas y quedarse con ellas, pues estaba devorado por la avaricia. Va a traicionarlo, entregándolo a sus enemigos, y fallando en el proyecto de vida personal y de vida social que Jesús les había mostrado.

Sin embargo, su hipocresía y falta de confianza en Cristo le saldrá muy caro, pues no solo va a echar fuera esta plata de la injusticia, como brasa caliente en sus manos, sino que también va a cometer el riesgoso acto de autoeliminarse.

Cuando el Señor indica que uno de sus seguidores lo va a delatar, ellos se ponen intranquilos queriendo saber quién sería. Y Jesús lo aclara: “Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato”. Y lo entregó a Judas.

El evangelista Juan usa palabras muy duras para describir este momento: “En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él”.

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