Prácticas que se renuevan y costumbres que se apagan

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La Iglesia Católica celebra hoy tres acontecimientos que Jesús protagonizó en la víspera de su muerte: la institución de la eucaristía, para ser el alimento espiritual de sus seguidores; el sacerdocio, para que ese banquete se renueve hasta el fin de los tiempos; y el mandamiento del amor, para que el creyente sea un servidor del semejante.

En horas de la mañana, a las 9:00, en la Catedral Metropolitana, se oficiará la misa crismal. Se bendecirán los óleos (aceites) que se utilizarán en la consagración de los cristianos, en el bautismo, confirmación, en los nuevos sacerdotes y en la unción de los enfermos. Los presbíteros renovarán también los compromisos de su ordenación. Presidirá el acto el arzobispo Mons. Edmundo Valenzuela.

A las 19:00 habrá otra misa presidida también por Mons. Edmundo Valenzuela, se recordarán la institución de la eucaristía y el mandamiento del amor. Durante esta liturgia se representará el lavatorio de los pies, que hizo Jesús con sus discípulos como gesto de humildad.

Esta noche comienza el Triduo Pascual que el sábado a la noche proclamará la resurrección. Hasta hace unos años, estos días como hoy, mañana y el sábado eran de silencio absoluto.

El Jueves Santo prácticamente ya no había ajetreo. Las familias se concentraban en las casas para preparar el “karu guasu”. El tatakua ardía, mientras las madres preparaban sopa paraguaya y las carnes. Los niños no debían gritar, correr, ni escupir, porque todo alboroto era considerado una ofensa a los sufrimientos que soportó Jesús. Después de 40 días del tiempo cuaresmal se volvía a entonar el Gloria, con el repique de campanas de fondo. Terminada la ceremonia, se escuchaba por los corredores el sonido lastimero de las matracas. En tanto los estacioneros “lloraban” los sufrimientos de Jesús apresado. El Vienes Santo imperaba el silencio. Era de ayuno y abstinencia, y si se comía, era mínimamente un bocado de chipa o una modesta ensalada de porotos. El Sábado Santo, de a poco, el silencio cedía al barullo, mientras se esperaban la noche y la hora de la proclamación del triunfo de Jesús sobre la muerte.

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