A pura nostalgia

SALAMANCA. Creo que me equivoqué de título, porque no es sólo nostalgia. Atrás de ella hay un sentimiento de enojo, de rabia, de impotencia, de frustración. Todo ello después de ver las fotografías en blanco y negro de aquellos paseos que se realizaban por la calle Palma para festejar el Día de la Juventud y la entrada de la primavera. No había clases y todos nos volcábamos a ese encuentro empujados por la idea adolescente que era un sitio “en-el-que-había-que-estar”.

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Leo que este año, sin alcanzar el bullicio y el ambiente festivo de aquellos tiempos, los jóvenes resolvieron tomar la calle por su cuenta y allí fueron. Y aquí entra el conflicto del sentimiento de nostalgia del que hablaba en las primeras líneas y otros bien actuales. El primero de todos, oponiéndose a los cantos funerarios de quienes han decretado la muerte del centro histórico de la ciudad, quiere decir que por el momento puede estar en terapia intensiva, pero el fallecimiento aún no se ha producido. Es una respuesta muy elocuente para quienes creen que la ciudad ha cambiado de centro porque en Villa Morra se han levantado unos cuantos edificios.

Al oponer las fotografías de antaño y las actuales es cuando comienza la indignación, la rabia y la impotencia. Aquella calle Palma con sus antiguos edificios señoriales, sobrios, elegantes, con pequeños toques de decoración pero siempre austeros son los que lucen hoy ruinosos y abandonados. Y la calzada, que entonces estaba abierta en todo su ancho para que la gente pudiera caminar libremente, sin obstáculos, ahora está llena de quioscos de venta de cualquier cosa, de productos que parecen fabricados a propósito para la venta callejera.

En algunas fotografías se ven las cuatro plazas que tenían una unidad, debidamente arboladas formaban un conjunto indicando que nos encontrábamos en el centro de la ciudad. Jugaba ese espacio a lo que significan las plazas mayores de muchas ciudades europeas, especialmente las mediterráneas, que son las que más recibieron el influjo de la Grecia clásica. Esta unidad fue rota por la llamada Plaza de la Democracia, un adefesio que nada tiene que ver con todo lo que le rodea, un espacio tan mal concebido que da la sensación de estar en continua ruina. De haber existido, tanto entonces como ahora, una Junta Municipal eficiente y formada con gente realmente capacitada, no le deberían haber permitido nunca al intendente tamaño crimen urbanístico. En realidad, a ningún intendente habría que permitirle que tome la ciudad por su cuenta y haga transformaciones de acuerdo a criterios equivocados que más tarde serán muy difíciles, o imposibles, de remediar. Para muestra un botón: las casillas de la avenida Quinta con las que tal vez Mario Ferreiro quiera pasar a la posterioridad (o a la inmortalidad).

Stroessner, dentro de su estrechez de miras, pensó que la ciudad se desarrollaría rápidamente esparciendo a los cuatro vientos los edificios de la administración pública. Resultado: destruyó un barrio residencial como Sajonia poniendo allí el Palacio de Justicia; arruinó los hermosos bosques y parques donde está ahora el Banco Central; arruinó un barrio residencial poniendo la Municipalidad sobre la avenida Mariscal López; y estuvieron a punto a arruinar un espacio verde como Isla de Francia ante la angurria de los constructores de edificios. Ahora se dieron cuenta del error y van a amontonar todos los ministerios en la zona del Puerto dañando una parte significativa del centro histórico.

A muchos no nos queda otro camino que tragarnos nuestra rabia y nuestra frustración ante la mediocridad de nuestras autoridades que son incapaces de entender qué significa una ciudad, qué significa vivir en ella y, sobre todo, qué significa disfrutar de ella.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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