¿A quién le lloramos después?

SALAMANCA. La restauración de dos obras de Alonso Berruguete (1489-1561), sin duda alguna el mejor escultor español durante el barroco, hizo que me saltaran en la cabeza, como luces de bengala, algunos episodios vividos en Paraguay. No es necesario que me recuerden que todas las comparaciones son odiosas, porque no pasa de ser una frase convencional que la mayoría de las veces no tiene nada que ver con la realidad y, que en casi todas las ocasiones, sirven sin embargo para hacernos entender la latitud en la que estamos parados.

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La primera idea que me vino a la cabeza fue la decisión del gobernador de San Pedro de Ycuamandyyú, Vicente Rodríguez (ANR), de ordenar la demolición de un mural que había sido levantado en la plaza principal de la ciudad para construir allí una cancha de fútbol de cemento con un coste de 840 millones de guaraníes. El mural fue realizado en 2006 como una iniciativa del Movimiento Yvytu de Diana Sekatcheff y recordaba al marino portugués Alejo García, sobreviviente del naufragio de uno de los barcos de la expedición de Juan Díaz de Solís en las costas de la actual Santa Catalina (Brasil). Solís había sido muerto y comido por indígenas del Río de la Plata. Alejo García, tentado por el mito del famoso Dorado, cruzó la selva hasta llegar a lo que hoy es Bolivia y finalmente fue muerto por los indios payaguás y enterrado en San Pedro de Ycuamandyyú. Sin entrar en consideraciones estéticas, lo importante es que dicho mural formaba ya parte del paisaje urbano del lugar, era una referencia a un hecho histórico relacionado con la ciudad, era una expresión de los ciudadanos de honrar su pasado y su historia. Nada de esto se tuvo en cuenta en el momento de tomar las decisiones.

El intendente del sitio es Gustavo Rodríguez (ANR), hijo del gobernador que cito más arriba, quien no pudo explicar por qué se derribó el mural. Se limitó a decir que era “un proyecto de su padre” y que además estaba muy deteriorado y sucio. Es evidente que no estaba enterado que justamente una de sus labores como intendente, era mantener limpio y cuidado tanto el mural como el espacio que lo circundaba. Dicen que la gente reaccionó de manera negativa. Y razón tiene. Hechos así deben servir para hacer pensar la importancia que tiene el hecho de ir a votar; pero no votar por el color de un pañuelo, sino votar a conciencia porque a esas personas que estamos poniendo en puestos públicos les estamos entregando el cuidado de bienes que nos pertenecen a todos. Lo correcto hubiera sido que el mural fuera restaurado por gente experta. Pero quizá sea mucho pedir sobre todo cuando la ignorancia es tan grande que justifica la destrucción de una obra de arte para construir allí una cancha de fútbol. Es, en realidad, una modernización de la fórmula “pan y circo”.

Hablaba de hacer comparaciones: las obras de Berruguete fueron restauradas en el Instituto del Patrimonio Cultural de España que tiene sus talleres en Madrid. Pues la habitación donde se trabajó con dichas obras fue debidamente acondicionada, reproduciendo las características de temperatura y humedad de las salas del Museo Nacional de Escultura, donde serán exhibidas al público y que se encuentra en Valladolid.

Es evidente que nosotros no podemos (o no queremos) hacer lo mismo debido a esa falta de respeto hacia las obras creativas ya sea por dejadez o por ignorancia. Recuerdo que cuando se restauró la iglesia de Capiatá por el equipo de Estela Rodríguez Cubero, el párroco del lugar estaba esperando en la puerta con varias latas de pintura y una brocha gorda, a que los restauradores salieran. Entró luego y pintó puertas y ventanas con pinturas sintéticas, destruyendo para siempre una verdadera joya del barroco franciscano.

En casos así, como el de San Pedro de Ycuamandyyú o el de Capiatá, a quién podemos ir a llorarle en busca de apoyo o, en última instancia, en busca de consuelo, ya que es evidente que lo único que cuenta es la irracionalidad y la barbarie.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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