Abandono, drogas y muerte

Hace días, en la tele se escuchó el testimonio de una joven adicta a las drogas: vive en la calle, tiene 23 años y es madre de 3 hijos. Para más desgracias, ella ahora está involucrada en un robo en el que murió un joven. Se dio una balacera con el dueño de la casa donde fueron a robar, y su compinche resultó herido. Llorando amargamente, la mujer contó su historia. “Yo vivo en la calle, ahí por Cerrito, donde la droga corre como agua; perdí todo y a todos, no puedo ni ver a mis hijos… Yo misma le dije a mi familia que se mantuviera lejos de mí (por las drogas). Robo para vivir, estafo, me prostituyo. Pero es la primera vez que le maté a alguien, y fue sin querer queriendo…” (sic). “Un desgarrador testimonio” selló el periodista antes de pasar a otra noticia. Fue una de las pocas veces en que se demuestra un segundo de humanidad y compasión frente a una persona adicta que comete un crimen. Pero el punto importante son los miles de jóvenes que se están perdiendo en las drogas y el abandono. Familias rotas, niños abandonados que crecen solos, carentes de todo, y un eterno Estado inoperante e indiferente.

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Las drogas “por placer” –en realidad, son carencias afectivas– se ha multiplicado y, dependiendo de la clase social, sus consecuencias son más o menos peores.

Una persona que conoce mucho de la realidad en zonas vulnerables me decía que los jóvenes que caen en la adicción a los 12, 13 años (o menos) para los 25, si no murieron, se vuelven prácticamente inútiles; nada les entusiasma, tienen el cerebro quemado, son vidas muy difíciles de recuperar, no se logra con hablarles de metas y premios, ni con jueguitos de autoestima, porque ya no tienen capacidad de diferenciar la vida de la muerte. Hay madres que denuncian a la policía a sus propios hijos por agresión familiar, robo, asesinato; ya no pueden con ellos. Mientras que muchos piden que se mate a estos jóvenes como si fueran un despojo, ellos se siguen multiplicando. ¿Dónde comienza el negocio de la droga? Una pregunta llana que no se suele escuchar frente a frente en las entrevistas periodísticas. Encarcelan a los microtraficantes, capturan a ciertos narcos; hasta ahí. Pero nada cambia: más jóvenes siguen cayendo, robando y muriendo. “De oído” sabemos que el negocio comienza en las altas esferas y que “las ayudas, las donaciones, los préstamos” llegan refinados y blanqueados.

Otrora presumíamos de ser un país con mayoría joven; hoy eso lentamente va decreciendo, las parejas con profesión y economía alta, media o estable tienden a tener menos hijos, mientras que las que más procrean son las que están en peores condiciones y, quiérase o no, esa gente forma la gran población paraguaya y, si sobreviven, el futuro. Justicia social para erradicar el calvario que sufren estos jóvenes. Mucho nos drogamos con la mentira de que somos un país que sale ileso de todos los males. No es cierto, salvo que no queramos mirar. Sin políticas adecuadas seguiremos en picada. No hay fórmulas mágicas y sí realidades difíciles que hay que asumir.

lperalta@abc.com.py

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