Algo no funciona

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Es probable que a más de un lector le extrañe el título de esta columna de opinión, porque en un contexto de tanta corrupción son muchas las cosas que no funcionan. En realidad el título apunta a denunciar algo que está pasando desapercibido a pesar de que se trata de algo extremadamente doloroso y preocupante que sigilosamente crece en nuestras sociedades. Me refiero a los suicidios en general y a los de los adolescentes en particular.

El 19 de febrero, Carlos Fresneda, corresponsal en Londres del diario madrileño “ABC” , publicó un reportaje con este título: “Alarma en el Reino Unido ante el riesgo de una generación suicida”. La alarma está justificada porque en ocho años se ha duplicado el número de suicidios de adolescentes en Inglaterra.

Los padres ponen el dedo acusador apuntando a la influencia negativa de las redes sociales. Jan Russell, tras un largo tiempo de silencio con profundo sufrimiento por el suicidio de su hija de catorce años, ha iniciado una campaña para proteger a los adolescentes de esa influencia fatal. A su campaña se le han unido inmediatamente treinta familias que han sufrido el mismo drama por haber tenido algún hijo o hija adolescente suicidado, según ellos, también afectados negativamente por las redes sociales.

De acuerdo a la misma fuente de información Twitter habría comenzado su plan de “cazadores de odio” para desintoxicar las redes.

En España, un grupo de ciudadanos, formado por profesionales sanitarios, familiares afectados, políticos y expertos, vienen reclamando en el Congreso la creación de un Plan Nacional contra el Suicidio.

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Andoni Anseán, psicólogo y presidente de la Sociedad Española de Suicidología, días pasados, tras una reunión de cinco horas en la Cámara Baja del Congreso, reclamando la creación de dicho Plan Nacional, declaró que “en el tiempo en que ellos estuvieron reunidos, dos personas se habrán quitado la vida, cinco habrán acudido a centros de urgencia tras haber intentado suicidarse y hasta 40 habrán intentado, pero no habrán podido acceder a un centro de servicios sanitarios”.

“Se calcula que cada día en España se suicidan unas diez personas , que completan unas 3.700 al año y se cree que por cada persona que se suicida hay otras 20 tentativas”.

Desconozco las estadísticas de Paraguay, no obstante vengo leyendo sobre el tema y no escapamos de la tónica general actual en el resto del mundo.

Es insuficiente la disponibilidad y calidad de los datos sobre los suicidios e intentos de suicidio en el mundo. Solamente ochenta países miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuentan con datos fiables. Según la OMS el número documentado de suicidios en el mundo llega cerca de los 800.000 al año. Es la segunda causa que más defunciones produce entre los 15 y los 29 años de edad.

Sería ingenuo de mi parte pretender analizar estos datos impresionantes en un espacio tan breve, pero no puedo silenciar el problema porque el sufrimiento de los actores y el que se desencadena después de consumado en familiares y entornos merecen todo nuestro esfuerzo personal y comunitario para tomar conciencia de lo que está pasando, descubrir las causas y encontrar rápidas soluciones.

Algo no funciona en el modelo de mundo, vida y desarrollo que hemos montado. Si los adolescentes y jóvenes, que siempre han sido considerados la alegría y esperanza de los pueblos, están sufriendo tanto, quiere decir que la educación, la cultura, el mundo y los problemáticos e inciertos horizontes que les ofrecemos no son los que sirven para dar sentido y valor a sus vidas.

¿Qué les estamos ofreciendo? El espectro de ofertas que ponemos ante sus ojos es extraordinariamente diverso, va desde las amenazas de guerras nucleares y la destrucción del medio ambiente, hasta, en la otra punta, la sabiduría de desembarcar en la luna y enviar robot a Marte o montar un nanochip en una célula de la sangre. Y para entretenerlos les ofrecemos consumismo, drogas, salas de fiesta alienantes, espectáculos, promiscuos placeres sexuales, puro materialismo con vacío absoluto de sentido y trascendencia: un mundo en los antípodas de la mística en el que son consumidores atrapados en las redes en vez de competentes abiertos al liderazgo creativo.

jmonterotirado@gmail.com