Animales: respetar sin humanizar

Hasta hace unos años atrás, solía ser simpático, un gesto de cariño decir que un perro era “nene o bebé”. Sin embargo, el adoctrinamiento sutil y no tanto en diversos aspectos y de manera global, hace a un lado la gracia. Hay textos que leen millones de personas en las redes que hablan de las mascotas, principalmente perros y gatos, como si fueran niños o seres superdotados de sensibilidad e inteligencia. Más allá del amor que tengamos por las mascotas, debemos recuperar los límites en el habla y en el pensamiento. Todavía no se dice al ver un bebé “qué hermoso hijoperro”, no obstante, respecto al perro sí se escucha “perrhijo”. Juego de palabras, juego de conceptos.

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Cuestionar el sentimiento exagerado –casi teatral– hacia la mascota es algo que molesta a muchos animaleros, pero siendo ya una corriente con grupos organizados marcialmente, hay que hablar. Las expresiones de amor, amistad y afecto se han vuelto noticia curiosa o amena en el día a día, por moda o con intención de concienciar contra el maltrato animal que sufrimos por falta de una cultura pacífica, familiar y control de autoridades.

Lo que sentimos por los animales depende de nuestras experiencias de infancia. Del temperamento de perros y gatos hemos aprendido conceptos desde niños: ser bravo, manso, arisco, fiel, rebelde, traicionero, travieso, ágil, fuerte, pequeño, obediente, etc.

El perro guardián antiguamente tenía techo, cadena (o cerca) y comida, sin que implique maltrato alguno; también había un camión (perrera) que se encargaba de llevar a los perros callejeros, aunque este duro método atemorizaba por demás, era aceptado porque tenía el fin de obligar a los dueños a hacerse responsables de sus perros, y así controlar posibles peligros en la calle o fuentes de enfermedades para la población humana. Hoy día todo esto se cuestiona y se buscan soluciones menos trágicas. Sin embargo, lo que no ayuda es la humanización del animal, por ejemplo, hay personas que besan a los perros en el hocico. Esto no está bien, cualquier veterinario, médico o psicólogo puede explicar por qué no se debe besar al perro (que además no lo necesita).

Por otro lado, a las riendas de tal humanización el consumismo se hace presente ofreciendo fiestas de cumpleaños, ropas, zapatos, perfumes, joyas, etc. Un gasto que complace al dueño, no al animal, ya que éste cuanto más salvaje, mejor se siente.

Es bueno aprender más sobre la inteligencia humana, para qué fuimos dotados de ella (y llegaremos también a por qué no se desarrolla de manera general, sus causas y consecuencias).

Cierto, somos incapaces todavía de equilibrar todas las fuerzas de la naturaleza, pero ésta precisa del ser humano –por supuesto, mejorado– como preservador. No huiremos de nuestra condición. No somos perros, tigres, aves, ni peces, no somos flores, ni agua, ni piedra, nada de esto fuera de las figuras retóricas.

La ciencia descubre cada día algo más respecto a la capacidad cognitiva y emocional de los animales domésticos y salvajes, pero ningún animal planifica a futuro, conoce ni reflexiona sobre el bien y el mal.

Tratar a los animales como humanos es egoísta y cruel; lo correcto es hacerlo con inteligencia humanitaria. Ojalá entendamos esto a la par de los derechos y bienestar que deseamos para ellos.

lperalta@abc.com.py

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