Los viejos pero muy confiables DC 3 de las Fuerzas Armadas hacían que los funcionarios, comerciantes y personas que requerían de una atención médica especializada pudieran optar por vuelos con costos razonables, accediendo a destino en solo 40 minutos. Esta luz en medio de las sombras que representaba el aislamiento de tantos años se convirtió en una llama de esperanza en 1983, cuando en plena inundación y las aguas inundaban gran parte de Pilar y ya no existía la ruta entre Ñeembucú y Misiones, los aviones militares seguían ofreciendo su vital servicio.
El aeródromo “Carlos Miguel Jiménez” volvió a ser fundamental en las sucesivas inundaciones y, aunque desde hace décadas ya no cuenta con los vuelos regulares, en los últimos años se convirtió en el Centro de Operaciones de Emergencia y desde sus instalaciones llegó el auxilio a los rincones más alejados y aislados del Ñeembucú. El traslado de los enfermos en helicópteros a la estación aérea fue fundamental para evitar que las lluvias, además de terminar con la producción agrícola y diezmar la hacienda, también se cobren la vida de seres humanos.
Considerando tan importantes servicios y la estratégica importancia del aeropuerto para consolidar el desarrollo de una ciudad llamada a ser trampolín comercial del Paraguay, el aeródromo de Pilar debería ser mejorado en todos sus aspectos.
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