Arendt y su promesa de la política

La convulsión social parece ser el denominador común entre los intelectuales para determinar su perspectiva de la política, la filosofía y la libertad. Si analizamos a Hannah Arendt, filósofa alemana de ascendencia judía, podríamos entender más acabadamente esta premisa.

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Tras la lectura de “La promesa de la política”, una compilación de ensayos publicada por la editorial Paidós, podemos entender la idea de libertad que se desarrolla en el pensamiento de Arendt aplicada a la política y la filosofía. La autora, quien sobrevivió a los rigores del nazismo (estuvo en un campo de concentración), huyó a París, primero, y Estados Unidos después, y fue una de las pocas mujeres de su época que se destacó en esta rama. Sus experiencias han determinado de alguna manera su preocupación por entender y dar a entender el concepto de libertad.

Desde un enfoque simplista, todos de alguna manera tenemos nuestra idea de libertad, lo que significa y lo que presupone alcanzarla. Sin embargo, la originalidad con la que Arendt desglosa este pensamiento es lo que nos conduce a recorrer un camino que parte desde la filosofía de Sócrates y que termina en Marx.

En nuestros tiempos, la capacidad de persuasión, uno de los valores originales de la política, ha sido reemplazada por la capacidad de transar para lograr votos y alcanzar el poder para el bien individual. Una masa carente de formación y guiada por el impulso de satisfacer sus necesidades básicas hace que surjan liderazgos negativos como los de Kelembu y Payo Cubas, por ejemplo. Es este tipo de fenómenos el que abre la brecha entre la política y la filosofía.

Pero no nos echemos la culpa solo a nosotros, en Grecia, cuna de la civilización ya también pasaba esto, lo advierte Arendt. Más específicamente en el capítulo “Sócrates” en el que señala la falta de capacidad de persuasión del mismo para salvarse de beber cicuta. Para mala suerte de Sócrates prevaleció más la turba que no escuchaba razones antes que la razón misma y ante esto no hubo más remedio que sucumbir ante las masas, a veces crítica, a veces no.

Entonces, de quién es la responsabilidad, ¿de los filósofos? ¿de los políticos? ¿de la masa (a)crítica? ¿de los tiranos del poder? La respuesta es compleja: son todos y cada uno y a la vez ninguno. Buscando respuestas, la política ha presupuesto históricamente desconfianza, no hay divorcio posible entre ambos, así como tampoco el ser humano puede divorciarse de la política. Esa desconfianza se convierte en temor, temor por caer y sufrir los rigores de la tiranía. Pero Arednt nos recuerda que esa ecuación se resuelve mediante algo crucial: la libertad política y su espacio de acción.

“… que la política y la libertad van unidas y que la tiranía es la peor de todas las formas del Estado, la más propiamente antipolítica, recorre como un hilo rojo el pensamiento y la acción… de la humanidad hasta en épocas más recientes”.

En la actualidad, vivimos –en mayor o menor medida– en una democracia totalitarista. Nos hacen creer que vivimos en las polis en la que todos tenemos voz, sin embargo, es solo velo impuesto en forma de urnas y papeletas para que los tiranos sigan en el poder con la legitimidad de nuestros dedos entintados de promesas y mentiras. Por ello nuestros reclamos caen en saco roto pues los políticos nos hablan de la legitimidad de las urnas y la usan como licencia para la impunidad. Así las cosas, nos preguntamos también si tiene la política algún sentido. Arednt responde que tal vez nos hemos perdido por no saber diferenciar entre fin, meta y sentido de la política. “Nuestra falta de disposición a hacer diferenciaciones no impide naturalmente que las diferencias existentes fácticamente se impongan en la realidad; solo nos impide concebir adecuadamente lo que realmente sucede”, dice.

Y a esa dificultad se atribuye el hecho de que cometemos los mismos errores frente a las urnas y nos cuesta tanto tener representantes más o menos dignos. A esa falta de disposición se atribuye también que la promesa de la política, entendida como la libertad para vivir en comunidad y ser contralores individuales de la misma, sea un destino muy lejano, en especial para el Paraguay.

mescurra@abc.com.py

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