Así de grande eran sus ojos

Históricamente, la fascinación por atrapar peces ha tenido al ser humano bastante ocupado creando tecnología para llevar la faena con éxito, como pasatiempo deportivo o como medio de supervivencia. Desde los rudimentarios hilos de pescar asidos a un pedazo de tabla y en la otra punta un anzuelo, lanzas artesanales, hasta modernos reeles, cada quien se las ingenió para cazar su presa favorita: surubíes, dorados, tres puntos y todo bicho de aletas y carnes generosas que puedan servir para comer. 

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La pesca y los pescadores han sido también inspiración de numerosos chistes y cargadas. 

Cómo no recordar el del pescador mentiroso que siempre presumía de haber capturado el ejemplar más grande de la vida pero a la hora de mostrar la evidencia que avale aquello, siempre encontraba la excusa perfecta para decir que “se perdió”. Hasta que un día sus compañeros le ataron las manos y le desafiaron: “A ver, ¿cómo de grande era el pescado que atrapaste? Y él, colocando ambas manos como en copa, respondió: “así de grande eran sus ojos”. La pesca también ha sido fuente de inspiración literaria. El viejo y el mar (The old man and the sea) de Ernest Hemingway, publicado en 1952, cuenta también la historia de un hombre y una gran presa esquiva. Algún recorte periodístico leído en National Geographic nos cuenta que los primeros registros que se tienen sobre el acto de pescar se remontan a la Era Paleolítica, unos 40.000 años atrás. 

Según los estudios antropológicos los primeros eventos pesqueros tuvieron lugar en cursos de agua dulce y los primeros pescadores fueron los parientes y también el mismo hombre de Tianyuan que vivió en aquellos tiempos en la zona este de Asia. 

Mucho más acá de la línea temporal y geográfica, Paraguay también está haciendo historia respecto a la actividad pesquera. Lastimosamente es el lado oscuro –para no variar– el que dan cuenta los titulares de los últimos días. 

Empecemos con las empresas contaminadoras de los cauces hídricos, primeras responsables de la mortandad de peces que se vio a finales de año en el río Salado y que continúa en estos días. A esto se suma, en el mismo cauce, la caza indiscriminada contraviniendo –cuándo no– la ley ambiental 799/96, “De Pesca”, y el Decreto Nº 15487.

El artículo 12 de esa ley prohíbe el transporte, comercialización y posesión de los peces cuyas medidas se encuentren entre 30 y 80 cm de longitud. Los pescadores deportivos saben que los peces pequeños deben ser devueltos al agua. Sin embargo, los criminales –léase propietarios de las mallas de pesca indiscriminada del río Salado– no lo saben o si lo saben, no les importa.

La inconsciencia de las empresas contaminadoras, así como la de los cazadores que matan a mansalva las especies nativas de peces no están para nada castigados por las autoridades que deberían velar por el equilibrio ambiental de nuestros ríos.

Así nos llenamos de peces muertos que la Seam no alcanza o no quiere oler. Prefiere vivir en su mundo perfecto de ambiente equilibrado que se consigna en los grandes biblioratos llenados por funcionarios en la comodidad de sus oficinas con aire.

Entonces nos preguntamos, ¿quiénes son los verdaderos “paleolíticos” incivilizados, los de antes, o los cazadores, las industrias contaminantes y funcionarios ineptos de ahora? Definitivamente, algo huele mal acá.

mescurra@abc.com.py

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