Aun muertos son peligrosos

SALAMANCA. Cuando estudiaba en Rochester (Nueva York, USA), los días que perdíamos el último autobús de la noche para regresar a casa, el camino más corto pasaba por un cementerio; un cementerio de pueblo, muy parecido a un parque o a una plaza. Al filo de la medianoche y con la nieve hasta las rodillas no faltaban las bromas y uno de los compañeros siempre terminaba diciendo: “Debemos tener miedo de los vivos, no de los muertos”.

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Quizá por su proximidad a Haití, donde se mezclan los ritos del vudú con los zombies, esos muertos vivientes encargados de ejecutar venganzas ordenadas por quienes los despertaron, quizá por ello, decía, es que en Cuba se tiene gran miedo a los muertos. No tanto a esa turbamulta que algún día podría levantarse de sus tumbas innominadas adonde fueron escondidos después de tantos fusilamientos en nombre de la “Revolución”, de la justicia, del hambre del pueblo y el hambre de poder de los hermanos Fidel y Raúl Castro, sino a quienes, aun muertos, no aceptaron la concepción del universo que le ofrecen los dos tiranos.

El domingo último, en un accidente de tráfico, ocurrido en la provincia de Granma, al este de la isla, murió Oswaldo Payá, una figura notable de la disidencia cubana, creador del Movimiento Cristiano Liberación, además de otro disidente, el joven Harold Cepero. El conductor del automóvil, el político español Ángel Carromero, vicesecretario general de Nuevas Generaciones y el sueco Aron Modig, de la Liga de la Juventud Demócrata Cristiana, resultaron heridos. Este último se encuentra en libertad en La Habana, mientras el español fue detenido.

El Parlamento Europeo, en el año 2002, en reconocimiento por su labor en favor de los derechos humanos en Cuba, le otorgó a Payá, ingeniero, de 60 años de edad, el Premio Sájarov después que pusiera contra las cuerdas al régimen de Fidel Castro recurriendo a la misma Constitución de Cuba. La Carta Magna de la isla dispone que cualquier propuesta que cuente con la firma de once mil cubanos debe ser necesariamente debatida en el seno de la Asamblea Nacional del Poder Popular. El proyecto, que consistía en que el Gobierno convocara a un referéndum para promover la democratización de la isla, llevó el nombre de “Propuesta Varela”. Creo que no es necesario aclarar que ella no fue discutida nunca y pasó casi desapercibida si no fuera porque el expresidente norteamericano Jimmy Carter, de visita en Cuba, hizo mención de ella en una intervención que tuvo en la universidad de La Habana y que fue televisada a todo el país. Puestas al descubierto las cartas, el régimen de Castro convocó al “pueblo” cubano a aceptar una modificación de la Constitución que contemplaba la abolición absoluta del famoso artículo, además de declarar al socialismo como “irrevocable”. Fue por esto que la gente de la calle comenzó a hablar no de la “modificación” sino de la “momificación” de la Constitución.

Los hermanos Castro, sin lugar a dudas, juegan al papel de Dios en la isla, como lo hacía Adolf Eichman a la entrada del campo de Auschwitz: era el que decía quién iba a morir y quién iba a vivir. Pero los hermanos Castro van más lejos, porque además siguen interviniendo en el destino de sus enemigos aun después de muertos. Parece una contradicción y sin embargo se da.

Los enemigos del régimen despótico, personalista, familiar, hereditario no permite que quienes tuvieron el coraje de enfrentarlo, ni siquiera bajen silenciosamente, tranquilamente, a la tumba.

Incluso en ese momento tan sagrado para todos, en todas las épocas, en todas las culturas –en las guerras de la antigüedad clásica había momentos especiales para que los contendientes pudieran retirar a sus muertos del campo de batalla– la infame policía de civil, la más abyecta, la más degradada, la más infame, la más miserable, está allí dispuesta a apresar a quienes osan llorar la muerte de un enemigo del régimen, o bien tirarla al suelo y patearla como sucedió el lunes en la iglesia San Salvador del Mundo y luego en el cementerio Colón de La Habana. Nunca fue más cierta la proclama de Fidel Castro: “Socialismo o muerte”.

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