Aún queda mucho por hacer

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SALAMANCA. La última vez que hablamos fue en su despacho. Estaba allí con motivo de los cincuenta años que cumplía el diario. De aquel entonces solo quedábamos tres: el director, Alcibiades González Delvalle y yo. Aunque hay que reconocer que no tenía mucho sentido del humor, le gustaba hacer bromas al hablar. En ese tono, le dije que quería trabajar lo menos posible y disfrutar más de la vida, porque era poco el tiempo que me quedaba por delante. Se puso serio, y me preguntó: “¿Y usted cómo lo sabe? ¿Alguien le dijo algo al respecto?”. Y yo: “Nadie. Pero por la edad que tengo, es de suponer que así sea”. Y él: “No, hombre. Deje de decir tonterías, que todavía queda mucho por hacer”. En verdad, queda mucho por hacer, pero al haberse ido él primero, a los que quedamos nos resultará mucho más difícil encontrar por dónde sigue el camino. Ahora es cuando notaremos la fuerza que nos contagiaba con su vigor envidiable y una energía que le brotaba en todos sus gestos.

Lejos de toda fórmula de obituarios convencionales, era un hombre bueno; lo cual no quiere decir que fuera un hombre flojo, ya que nada tiene que ver lo uno con lo otro. Por el contrario, su bondad crecía justamente gracias a su fortaleza, y era la que nos hacía partícipes a todos. 

Aldo Zuccolillo Moscarda, su sobrenombre era Acero, y para nosotros era “el Dire”, que podía sonarnos de diferentes maneras según la ocasión. Era un hombre riguroso que no admitía errores; no se perdonaba ni siquiera a sí mismo. Tenía ideas muy claras y sus intereses muy bien definidos. Mucha gente le recrimina que fue Stroessner quien cortó la cinta inaugural del diario en 1967. Recuerdo vívidamente al dictador cruzando a grandes pasos la sala de redacción para dirigirse luego a la sala de máquinas. También aquellos primeros años en que la línea del periódico no molestaba a nadie, pero se iba afianzando en el público, los lectores iban en aumento, hasta que, una vez solidificado, inició su etapa crítica. Luego ya no paró. 

Enfrentar al dictador requería coraje. Y “el Dire” tuvo el coraje suficiente, porque sabía que la razón estaba de su parte. Semanas después de haber sido clausurado el diario, después de que fuera puesto en libertad, ya que había sido apresado por negarse a revelar la fuente de una noticia, en aquel silencio sepulcral en que estaba sumido todo el edificio, nos dijo durante una reunión: “Esto no va a durar mucho (sobre la clausura). Hemos comenzado a vivir el principio del fin”. El atraco a la convención del Partido Colorado por parte del “cuatrinomio de oro” selló ese destino.

Todos los días, a la noche, a partir de las 20:00, el programa radial “La Voz del Coloradismo”, que escribía Alejandro Cáceres Almada, lo llenaba de insultos, los más soeces, los más indignos, los más chabacanos. “¿No le indigna escuchar todo eso?”. Y él: “Acuérdense que los periodistas no somos ofendibles. Solo ofende el que puede, no el que quiere”. Y la mañana del 3 de febrero de 1989 lo sorprendió en su oficina, en medio de una confusión ensordecedora de gente que entraba y salía. “El Dire”, en el medio, daba órdenes y organizaba a los periodistas que iban llegando de diferentes partes. En realidad, el golpe militar que derrocó a Stroessner se organizó en el cuartel de Cerrito. Pero la fuerza que derrocó a la dictadura fue gestada durante años en aquellas oficinas de ABC Color, durante muchos años de lucha incansable, peligrosa, de apresamientos injustificados.

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Cuando leí los comentarios que los lectores escriben debajo de la noticia en la edición digital, me encontré con algunos dictados por la frustración, el rencor, el resentimiento. Y pensé en una de las frases preferidas de “el Dire”: “No se acobarden, muchachos. Si hay que pisarle el callo a alguien, pues vamos a pisarlo”. ¡Cuántos callos fueron pisados, entonces! Viendo todo esto en perspectiva, pienso que soy una persona privilegiada al poder haber vivido desde adentro estos cincuenta y un años de periodismo, de historia pura de la República.

jesus.ruiznestosa@gmail.com