Basura limpia

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Recuerdo haber leído una vez acerca de una interesante investigación cuya base de datos se encontraba principalmente en la basura que se consumía en la casa. Es decir, los investigadores revisaban los deshechos dejados para el camión recolector y de acuerdo a eso podían determinar no solo qué comían aquellas familias sino qué pensaban y sentían en muchos aspectos. El comer dice mucho de nosotros, y también cómo procesamos los residuos que generamos. La basura en Asunción ha pasado a ser un monstruo al que la misma población alimenta, tal como lo narraba Michael Ende en La historia sin fin.

Estamos a años luz de cómo procesan los países avanzados la basura, utilizando ciencia y tecnología para resguardar el medioambiente y, por ende, la calidad de vida de la población. Se ocupan con leyes, mantienen a raya a la población y promueven constantemente hábitos familiares saludables.

Aquí en casa, sin embargo, no logramos elevarnos un peldaño en un pensamiento más consciente sobre el tratamiento de la basura diaria. Y aunque no tenemos industrias que procesan todo como debe ser, desde cada familia podemos colaborar y mucho.

Lo profundo es plantearnos de qué forma estamos viviendo y por qué. Nos hacen no tener tiempo, nos hacen comprar cualquier cosa y a cada rato. En un país con arraigada herencia de recolector (pero ya sin conciencia ecológica) es muy fácil introducir productos y más productos, pues la gente se llevará todo. Observemos los carritos en el supermercado, el gentío ingobernable porque es el día de tal cosa, el comienzo de clases, cualquier acontecimiento social, laboral, religioso. No obstante, el consumismo es un mandato que es posible quebrar. El verdadero poder está en cambiar el estilo de vida, en depender menos de las cosas.

¿Por qué tenemos un arsenal de ropa y zapatos, artículos por toda la casa, muebles que compramos para guardar todo lo que no usamos, comida que se echa a perder porque ni siquiera sabemos cuándo y cuántos la comerán?

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El ritmo vertiginoso de la vida actual engendra gente perezosa para pensar y actuar sobre el problema. Inculcar hábitos de limpieza se torna lo más difícil del mundo. A cuántos que se dicen limpios solo les interesa que la basura no les moleste a ellos, nada más.

El drama tomó tal dimensión que se precisan, por supuesto, políticas nacionales e internacionales serias que frenen el consumismo, un cambio hacia la economía sostenible, sustentable, nuevos gestores, sembrar ideas diferentes.

A pesar de los calificativos denigrantes que reciben las personas de pobreza extrema, recordemos que son ellos los que hacen enorme parte del trabajo de reciclado en nuestro país. Sencillas acciones aportan: dejar plásticos y latitas los días en que no pasa el recolector, echar la basura orgánica en la tierra, enjuagar los potes antes de tirarlos a la basura para evitar que se multipliquen las bacterias, etc. Dar lo que no nos sirve: ropa, muebles, objetos. Reciclar. Despejar.

Nada de esto es imposible, solo hay que comenzar hoy. Mañana ya no estaremos, pero quedarán los beneficios para los que nos sucedan, sean familia o no.

lperalta@abc.com.py