Carachas de ciudad

“El mercado asunceno es pobre y de aparente suciedad, porque el calor del clima y la desidia popular permiten que fermenten las frutas en el suelo, descuidan su barrido y llenan el aire de olores nauseabundos. Pero detrás de esos inconvenientes esotéricos hay un aseo íntimo y profundo, como la limpidez del alma que lo anima. Y hay gracia de estirpe, con hondo sentido espiritual y conciencia de tradición”. Esta es una frase extraída de las “Acuarelas Paraguayas”, de Carlos Zubizarreta, 1940.

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Por esos años la ciudad no era tan grande y los arroyos seguían fluyendo en las afueras. Los raudales se adueñaban de las calles y corrían en aluvión hacia el río.

Con el correr del tiempo el arroyo de la Salamanca se había convertido en el vertedero, antes de que se abriera Cateura en 1984.

Sin embargo, los asuncenos no hemos aprendido a ser pulcros y hemos bañado en mugre la ciudad. Los residuos se siguen arrojando a los arroyos, alcantarillas y cuanto hueco haya, como si se pusieran bajo la alfombra en las casas.

El temporal del pasado fin de semana mostró el poder destructor de la basura atascada en los desagües y cauces secos cuando se enfrenta al torrente, el verdadero dueño de esos ductos.

Las calles de Asunción ofrecían un espectáculo deprimente con los 16 sinónimos de basura que se pueden encontrar en la lengua española reunidos todos en el mismo raudal: cochambre, estiércol, suciedad, excremento, sobras, porquería, restos, inmundicia, bazofia, desechos, desperdicios, despojos, sedimento, barreduras, impureza y mugre (Diccionarios El Mundo). Y nos faltan vocablos para describir.

La fuerza de la correntada hizo que las bolsas, cascotes y trastos actuaran como verdaderos proyectiles que revientan todo al paso.

Y la gente no aprende... Desde las ventanillas de los colectivos a diario se van arrojando botellas, latas y cajitas de cartón. Desde los automóviles se dejan caer hules de supermercado. Las camionetas utilizan a sus anchas los caminos vecinales para depositar los restos domésticos, químicos o industriales.

En las salas de conferencias y aulas es imposible apoyar las manos en los bordes de las mesas, sillas o pupitres por la maraña de chicles pegados debajo. ¿Acaso cuesta mucho guardar lo mascado en su cáscara y llevarse a los bolsillos o carteras hasta hallar un papelero?

Definitivamente, la gente es cochina, puerca. Y está acostumbrada a vivir en un chiquero, en una porqueriza.

Nuestros abuelos inventaron una palabra para la cara sucia, embadurnada, que ha desaparecido como vocablo de uso corriente: “mercocha” por “melcocha”, esa suciedad pegajosa que dejaban los dulces en el rostro de los niños. Era simpático, al menos.

Pero toda esta peculiaridad, así como la romántica descripción de la literatura novecentista de Carlos Zubizarreta, perdieron la gracia y todo el colorido para convertirse hoy en un grave drama urbano: la ciudad está llena de carachas y no sabemos cómo combatirlas.

pgomez@abc.com.py

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