He tratado de sintetizar los hechos que se vienen desarrollando día a día, pero me siento incapaz de hacerlo a causa no solo de sus derivaciones, matices y ramificaciones, sino también de los cambios que se producen a velocidad vertiginosa. He tratado de relacionar esos acontecimientos con las películas más representativas del género y es muy difícil. Las que más se aproximan son aquellas en las que el sheriff era cómplice de los cuatreros; o las de los ganaderos que tenían sojuzgado al sheriff de modo que actuara en contra de los pastores de ovejas. No hay que olvidar aquellas en las que familias poderosas de la región eran las que comandaban a las pandillas dedicadas a asaltar bancos o el tren correo.
Pero entre ovejeros, ganaderos, cuatreros y sheriff, lo que se tiene en Ciudad del Oeste, es una pandilla de arribistas que están pugnando para jurar como intendentes; todos ellos dispuestos a vender a su madre y a su abuela si es necesario también, con tal de poder llevar adelante ese juramento que les permitirá sentarse en la silla –que aún no está vacía– que le correspondía a la intendente Sandra McLeod. No termina aquí el retrato ya que esos aspirantes a la intendencia municipal ya no pertenecen a grupos bien claros, pues los miembros de un partido mañana se pasan a otro; un día son opositores, al día siguiente oficialistas y al tercero todo lo contrario.
En medio de este batiburrillo surge la familia todopoderosa del sitio: los Zacarías Irún- McLeod, que soportan todos los embates de la justicia como los acantilados de cualquier parte del mundo rechazan los embates del mar. Con habilidad extraordinaria mueven abogados, escribanos, recusan jueces y fiscales; y cuando parecen estar ahogados, sorpresivamente sacan de nuevo la cabeza para seguir adelante con mayor fuerza. Son tan hábiles que cuando está por salir alguna resolución judicial, el abogado que los representa se encuentra ya en las puertas del tribunal con la respuesta preparada sin que nadie pueda explicar en qué momento, cómo y dónde, se enteró de antemano del contenido de dicha resolución.
Mientras sucede todo esto surge la pregunta: ¿quién gobierna la ciudad? ¿En manos de quién se encuentra su administración? Habiendo tantos jefes comunales, tantos aspirantes a empuñar el timón, tantas órdenes y contra órdenes, lo lógico es llegar a la conclusión de que el barco va a la deriva. Nadie lo gobierna, nadie le fija un rumbo, nadie sabe adónde se dirigen.
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Resulta difícil creer que no existan, para casos como este, los mecanismos necesarios para poner orden, ceñirse a una disciplina por lo menos en forma momentánea hasta que se llame a elecciones, se elijan nuevas autoridades y se sancione a quienes se aprovecharon de su posición ventajosa para lograr beneficios que no podemos imaginar. Se podrá pensar que este problema atañe solamente a una ciudad determinada. No, no es así, pues atañe al país entero ya que se están sentando precedentes funestos, dando el ejemplo pernicioso de que se puede burlar la justicia y que la prepotencia, el cinismo y la insolencia pueden dar muy buenos resultados económicos y burlarse de manera desfachatada del ordenamiento legal del país entero.
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