Cerrada la “Carpilla Sixtina”

Pequeño de estatura, de movimientos entrecortados y rápidos, desplegaba a su alrededor un campo de energía que lo envolvía no solo a él, sino también a quienes le rodeaban, contagiándose de su espíritu. Este es un retrato que solo logra aproximarse a Ricardo Migliorisi, un artista que ha marcado de manera indeleble todo el arte paraguayo del siglo XX. Tenía 71 años cuando falleció, tiempo en el cual se entregó apasionadamente a la tarea de crear.

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Aunque se le recuerda principalmente como pintor, no hay rama de las artes visuales que no haya frecuentado; algunas, con mucha insistencia; otras, de manera más espaciada después de algunos intervalos. Y en todas ellas dejó su marca, el resultado de su personalísima mirada, siempre con notable calidad, con extremo rigor oculto detrás de los rostros a veces carnavalescos, a veces circenses que poblaban un mundo desbordante de fantasía y de imaginación.

Sus espacios hacían continuas referencias a las antiguas pinturas murales de las casas de Pompeya o las villas romanas, que se llenaban de trapecistas, animales fantásticos, seres que podían ser mitad humanos, mitad peces. La realidad no le dictaba al artista ningún tipo de límites, y la trasgredía constantemente. Para desentrañar el mundo de Migliorisi, tendrán que pasar todavía varios años antes de asumir hasta qué punto puede llegar la libertad creativa del artista.

Para el pintor, el mundo era su teatro, el escenario donde volcaba su imaginación. Tenía una notable habilidad para imitar a las personas, exagerando sus gestos, evidenciando sus vicios, ridiculizando sus poses. Aunque fue primordialmente un artista plástico, también frecuentó el teatro y juntamente con Agustín Núñez, en 1971 crearon el grupo Tiempoovillo, que se dejó sentir como un mazazo sobre la cabeza de los espectadores que se veían enfrentados a una forma totalmente nueva, cuya existencia ni siquiera podía sospecharse en años anteriores en un país como el nuestro, donde el teatro desfallecía entre escenas costumbristas y telones pintados de cartón. Aunque fue un aporte esencial, el grupo tuvo vida efímera, ya que al poco tiempo de comenzar sus actividades se marchó al festival de teatro de Manizales (Colombia) y ya no regresó. Solo volvieron de manera separada algunos de sus miembros. Pero como grupo, nunca más.

Los artistas que realizaron aportes, no importa en qué parte del globo terráqueo, ni la época, ni el momento histórico, siempre fueron motivo de escándalo, porque todo lo nuevo escandaliza. La obra de Migliorisi también escandalizó. Su notable obra “La Carpilla Sixtina”, montada en el Museo del Barro, ideada como una visión irónica de su referente, la Capilla Sixtina, puso en serios aprietos a los anfitriones de los reyes de España que visitaron dicho museo. Ignoraban, de seguro, que los monarcas venían de un país que atesora en su principal museo, el del Prado, el “Jardín de las Delicias” de Ieronimus Bosch. Nunca fue su intención escandalizar a nadie, aunque se ensañaba, con frecuencia, en gente que ondeaba al viento su falso puritanismo.

Trabajador como pocos, su jornada iba más allá de las ocho horas, y su semana era de siete días. Esto hizo que dejara tras de sí un volumen de obra notable, entre pinturas, murales, cerámicas, objetos que trascienden lo meramente decorativo; y, a nivel humano, la alegría en quienes pudieron compartir con él un vínculo de amistad.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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