Allí tuvieron el primer tropiezo: se festejaba el día de un santo y nadie trabajaba. Amanecieron en la zona de la estación y recién al día siguiente consiguieron continuar viaje en lentas carretas. Abrieron las primeras picadas en una inhóspita zona boscosa de unas 11.000 hectáreas. Soportaron la carencia de pan, el vivir descalzos y con ropas remendadas.
La lucha, el trabajo honesto, el sacrificio, la perseverancia de los pioneros y sus descendientes hoy se traducen en una floreciente comunidad. Las semillas del fundador Kunito Miyasaka no cayeron sobre piedras; germinaron en la tierra generosa de La Colmena, la más joven, la más productiva y con menor índice delictivo del departamento de Paraguarí.
Es el resultado del trabajo tesonero, de la fusión de las sanas intenciones de dos razas con culturas totalmente diferentes, pero hermanadas en pos del desarrollo.
El Nikei no tiene tiempo para cerrar rutas en búsqueda de regalías. El Japón invirtió en tecnología para fortalecer la productividad, muy diferente de las estrategias de mandamases paraguayos que reparten migajas con proyectos pilotos sin resultados sustentables y con el único afán de sumar votos.
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La Colmena es como el colmenar de las abejas: su gente trabaja y casi no existen zánganos que “patronean”; hasta el más pudiente que circula en 4x4, de sol suda de día y de noche duerme tranquilo. El verdor de los sembradíos causa muy grata impresión y muestra avances de kilómetros de ventaja de la ciudad más joven del noveno departamento en comparación con los antiguos pueblos estancados en el tiempo. En La Colmena se impuso la cultura del trabajo y es digno de ser imitado.
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