Conectarse con la naturaleza

Uno de los placeres más sencillos y gratificantes es conectarse con la naturaleza; algo que cada vez dejamos más de lado, por las múltiples actividades que nos ocupan y por el auge de la tecnología, en donde empleamos más cantidad de horas.

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Resulta una verdadera terapia; muy saludable para el cuerpo, la mente y el espíritu retornar a lo natural; tocar el agua, la tierra, las plantas y los animales. Sentir en la piel, meterse por los ojos, los oídos y demás sentidos, el aroma, color y sabor de frutas, así como descubrir las mil cosas que embellecen el entorno.

Cuando fuimos niños, los que nacimos en el campo, tuvimos la suerte de tirarnos al pasto y mirar el cielo estrellado, a la noche. Inventamos con los amiguitos miles de juegos infantiles divertidos y mágicos.

Piolas, gomas, pelotas, maderas y latitas, utilizamos para fabricar muñecos, animalitos, utensilios u otras herramientas para disfrutar y socializar. La imaginación y creatividad no tenían límites.

La conexión con la naturaleza era parte de la vida misma. Crecieron las plantas y los árboles en los patios sombreados con mangos, guayabos, naranjos y pomelos. Subimos a las altas ramas para saborear las ricas frutas y lanzar a lo lejos, las cáscaras, semillas y pulpas, para germinar de nuevo, en la tierra fértil después de torrenciales lluvias.

Vimos nacer las nuevas plantitas y sentimos el olor de los jazmines y las rosas. Nos tocaba personalmente, elegir las más bellas y fragantes del jardín, para las mamás y las maestras, al llegar su día, en abril y en mayo. Ni qué hablar de la llegada de la primavera, en que setiembre explotaba con todo su perfume y color, en la estación de las flores. Algarabía, bullicio y risas, contagiaban de alegría todo el ambiente.

Atrapamos mariposas, que otra vez, se nos escapaban de las manos. El colibrí marcaba su presencia, danzando velozmente entre las flores rosas, blancas y amarillas. No podía faltar a la fiesta de la primavera.

Al llegar diciembre, sintonizamos el canto agudo de las cigarras, que anuncian melones, piñas y sandías, a punto de madurar. Adornarán los pesebres con el ka’avove’i y la flor de coco, que juntaremos en las chacras o los baldíos cercanos. Preparamos pastos y agua, para que los Reyes Magos acerquen a las ventanas los regalos.

Nos bañamos en arroyos limpios y cristalinos. Entonces, no existía la contaminación ni los cauces llenos de basuras. También escalamos los cerros, descubriendo las piedras y las plantas, que todavía no eran tocados por los depredadores. Qué hermoso haber vivido la niñez en ese contacto con la naturaleza.

Hoy día, quizás podamos realizar solo algunas cosas que hicimos en esos tiempos. Pero si la oportunidad se presenta, no hay que desperdiciarla. Comunicarse con la creación de Dios es unirnos al Cosmos, integrarnos con los demás seres, en partículas, polvos, átomos y células, en cuerpo, mente y espíritu. Encontraremos una inmensa paz y una dulce calma.

blila.gayoso@hotmail.com

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