Continúa la soberbia

El persistente intento de este gobierno y de los anteriores de fijar el precio del pasaje del transporte público es la muestra palpable de aquello que el filósofo y Nobel de Economía, F. Hayek, afirmaba como una “fatal soberbia”. Persistente porque nuevamente el gobierno actual aplica la misma fórmula que ha fracasado a lo largo de varias décadas y que se consolidó en la más absoluta corrupción con el subsidio que el gobierno anterior, el de Fernando Lugo, otorgó a los empresarios del transporte.

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Tratar de fijar el precio del pasaje de manera coercitiva mediante una ley o decreto es lo más parecido a lo que el socialismo intentó realizar durante setenta años en la ex Unión Soviética o lo que actualmente en Cuba y en Venezuela se pretende imitar, pese al tremendo fracaso que conlleva este tipo de política. Hoy en Paraguay, la soberbia gubernamental llega al límite cuando ni siquiera se pretende eliminar un subsidio que no ha hecho más que crear todo un esquema de corrupción e ineficiencia donde sale perdiendo el usuario y ganan los empresarios de este sector, ligados a los intereses de los políticos de turno.

El subsidio que impuso el gobierno de Lugo se hizo para crear una “rosca” dependiente del dinero público; no se hizo con la intención real de bajar el precio, tal como algunos pretenden hacernos creer y que, como se dan las cosas en estos días, el gobierno actual pretende continuar. El propósito de establecer el precio del pasaje mediante un subsidio es una trampa que el gobierno luguista ideó con la intención final de seguir cargando sobre los usuarios la calamidad de un transporte público que no sirve a la gente sino que se sirve de ella.

El subsidio luguista, de este modo, no ha hecho más que distorsionar los mecanismos de mercado que se transmiten por medio de los precios. En efecto, si hay una lección que hasta los mismos socialistas más ortodoxos han comprendido luego de sus continuos fracasos de querer terminar con el mercado libre, esa lección se denomina las señales de los precios que permiten crear e intercambiar bienes y servicios de calidad en la sociedad.

El servicio del transporte público no es diferente a otros, como el servicio que hace un zapatero, un enfermero, un albañil o el servicio de “delivery” de pizzas o hamburguesas. Todos estos servicios no tienen otra intención que obtener un beneficio en dinero, de modo a capitalizar continuamente el negocio. En el transporte público no hay razón alguna que impida funcionar el mercado libre mediante un sistema de regulaciones de control de calidad, frecuencias e inspecciones de los vehículos. El transporte público es un buen negocio, se gana buen dinero, pero se tiene que dar un buen servicio, al igual que los fabricantes de pizzas o hamburguesas que continuamente compiten por conseguir clientes satisfechos, ¿o acaso a los transportistas hay que tratarlos como privilegiados?

Nuevamente vamos a apelar a los mecanismos de los precios para aplicarlo en el servicio del transporte público. Así como va creciendo el parque automotor en el Paraguay y la cada vez más cantidad de usuarios que necesitan movilizarse diariamente, el mercado está emitiendo una señal positiva para que nuevos oferentes o empresarios ofrezcan este servicio. Especialmente en el área metropolitana, existe una demanda insatisfecha no solo con los precios sino también con los servicios. Pero para que esta demanda pueda ser satisfecha se requiere de un mercado libre, las ganancias o pérdidas de los empresarios por el servicio que ofrecen deben estar supeditadas a la sentencia diaria de cada pasajero.

Si hay algo que al parecer todavía no se ha comprendido del todo es que ese mercado en el que se compite por un servicio determinado no puede estar cerrado o expuesto a la continua intervención del gobierno, ya sea fijando un precio, dando subsidios a algunos o protegiendo a los más poderosos. Todas estas intervenciones no solo son ineficientes sino que conllevan una fuerte dosis de corrupción, por el alto grado de participación que tienen los políticos en sacar una buena tajada del dinero público al que tienen disposición, repartiéndolo entre los demás comensales, los malos empresarios.

Cuando se obtiene a discreción un dinero que no tiene control de calidad ni de verificación en sus resultados, nos encontramos con el más poderoso incentivo para que ese dinero continúe dilapidándose, como en efecto sucede hoy día. Hasta ahora los gobiernos no han hecho más que consolidar un sistema de transporte sin control alguno, o donde el queso es cuidado por el mismo ratón. Esto nadie lo puede negar que esté sucediendo con el subsidio, que algunos intentan confundir diciendo que no es un dinero que va para los empresarios del transporte sino que va para bajar el precio del pasaje. El transporte público no ha mejorado en calidad; los vehículos se caen a pedazos, ni el gobierno ni los empresarios dan cuenta de los resultados obtenidos con las multimillonarias partidas de dinero, y todavía piensan en sentarse a “negociar” para mejorar los subsidios. Continúa la soberbia.

(*) Decano de Currículum de UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.

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