¿Cuánto cue$ta ser paraguayo?

Adoptar la ciudadanía paraguaya no es complicado. Y para hacerlo aún menos, invertimos el proceso: nacionalizamos a quien lo pide para averiguar después sus antecedentes.

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Si nos enteramos más tarde que el sujeto era de cuidado –porque la noticia nos llega con el pedido de captura correspondiente–, entonces buscamos al “muchacho” con la velocidad de una tortuga preñada, y el resultado que pudo preverse: el flamante “compatriota” se esfumó en medio de una polvareda de dólares. Por lo que tenemos a un paraguayo más buscado por la justicia. Peripecias de quienes se acercaron al Paraguay, “teatro del honor y el heroísmo”, en busca de la misma nacionalidad que “los López y otros héroes”. Y no se trata solamente del “gran hermano” cuya fama emergió en las últimas semanas, sino que venimos registrando un historial en el que se inscriben tenistas o futbolistas en busca de un atajo hacia la fama; o de empresarios, banqueros y gente de pardos pelajes que, con la pretensión de escurrirse de la molesta rigurosidad legal extranjera, se acogieron a la hospitalidad y la nacionalidad paraguayas. Virtud –la primera– que fuera espontánea característica del “ser nacional”, y que hoy ha sido metodizada en base a la escala monetaria que demanda la justicia pronta pero costosa que dirime ciertos menesteres.

Pero empecemos por el principio, que ni es el Sr. Darío Messer un pionero en estas lides de hacerse paraguayo sin conocer siquiera la letra del Himno Nacional; como tampoco lo es Jonathan Fabbro, nacionalizado para vestir en un par de ocasiones la albirroja; casaca que el exargentino cambiará probablemente por otra rayada: la de la cárcel, acusado de violar a una menor de 11 años, “agravado por el vínculo” (la niña es su sobrina). Además de otras perlas que le endilgan. Pero obviando estos ejemplos que proponen un festín con el Código Penal, hubo otros en los que los beneficiarios no fueron más allá de aprovecharse de la entidad nacional que los acogió. Seguramente por las ventajas que venían conexas con el ser “paraguasho”. Son 18 en total y los más recientes –precisamente los del último fiasco eliminatorio– fueron: Lucas Barrios, Jonathan Santana, Jonathan Fabbro, Raúl Bobadilla y Néstor Ortigoza. ¿Eran estos atletas, únicos e imprescindibles para la selección nacional? Su pasado y presente deportivos dicen que no ¿Fueron tan incuestionablemente buenos como para desdeñar a otros jóvenes compatriotas que hubiesen demandado mucho menos dinero de lo invertido en la nacionalización de aquellos?

Son preguntas que vale plantear a la dirigencia deportiva. Porque la lógica y la historia nos recuerdan incidentes parecidos en estos asuntos. Como cuando inventamos oriundos españoles o italianos de origen paraguayo para facilitar su transferencia a Europa. O cuando tuvimos a tenistas que fueron “paraguayizados” con la celeridad acostumbrada para estos casos, para los juegos de la Copa Davis. ¿Recordamos a Francis González (exportorriqueño) y Hugo Chapacú (exargentino), que fueron nacionalizados para acompañar a Víctor Pecci en distintos años de los mencionados juegos? ¿Seguirán conservando aquellos la nacionalidad paraguaya? ¿Se ufanarán de ella o el fervor nacional se les agotó cuando dejaron de repre$entar al Paraguay? En beneficio de la decisión de “adoptarlos”, muchos dirán que no hubiésemos tenido posibilidades en la Davis. Respondamos este planteo con otras preguntas: ¿No nos percatamos que el mundo entero sabía que habíamos enrolado extranjeros para una representación nacional sin legitimidad ni el mismo valor que las demás? ¿Que hubiese sido mucho más digno bajar de categoría (cosa que al final sucedió), con jugadores paraguayos que hubiesen accedido al menos, a la oportunidad de aquilatar experiencias?

Y volviendo al reciente caso, el poeta argentino Carlos Grünberg escribió, que: “... cuesta sangre ser judío, que cuesta sangre día a día, del nacimiento a la agonía”. No sé si el Sr. Messer conoce el poema que como judío, le carga con un enorme legado de responsabilidad. Tanto como debe cargarle el hecho de elevarse desde cualquier condición, hasta el ser paraguayo. Aunque también es posible que como otros, haya considerado a la nacionalidad como un recurso para eludir la justicia. Pensando tal vez, que el ambiente de distensión e irresponsabilidad en el que vivimos, hayan disuelto nuestro sentido de pertenencia y orgullo. Percepción que pudo igualmente alentar a algunos que ignoran que antes de “honrar al hermano”... debe cuidarse la honra de la patria!

jorgerubiani@gmail.com

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