Cultura y responsabilidad afectivas

En el Municipio Cosío de Aguas Calientes (México), una niña de diez años se ha quitado la vida como regalo de Reyes a su madre. Le ha dejado este mensaje en carta póstuma , encontrada junto a su cadáver ahorcado en su habitación:

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“Queridos Santos Reyes solo quiero pedirles que mi mamá sea la mujer más feliz del mundo después de que yo ya no esté, ya que solo soy un estorbo y desgracia en su vida desde que nací, pues fui la causa de que mi papá se marchara de mi casa. Quiero que mi mami esté tranquila y no trabaje mucho, el mejor regalo que puedo pedir es su felicidad. Espero algún día te acuerdes de mí y en el cielo por fin me abraces. Creo que el mejor regalo de Reyes es que yo me quite la vida. Pues siempre me decías que ojalá nunca hubiera nacido. Sé que los Reyes no existen, pero yo te doy este gran regalo. Evelyn”.

El título que he puesto a este artículo ante esta carta desgarradora y este dramático e insólito hecho, es un título frío e intelectual. La emoción ha alborotado mi lenguaje y no quiero que turbe también nuestra necesaria reflexión. Es un hecho demasiado grave para dejarlo pasar con solo reacción emotiva.

Nuestras sociedades recogen el fruto amargo de una educación incubada en unos sistemas educativos que se han interesado y preocupado por el desarrollo de los ámbitos cognitivo y operativo de la personalidad y han presupuesto y marginado la educación del ámbito afectivo.

Las autoridades locales del Municipio y del Departamento están investigando a la madre, para evaluar su cuota de responsabilidad en el estado psicológico y la reacción tan serena y planificada como trágica de Evelyn. La carta, muy bien redactada para una niña de diez años, es extraordinariamente elocuente. Evelyn es una criatura con corazón de oro, abandonada en soledad radical. No refleja ni sombra de resentimiento, estaba encendida noblemente en la máxima generosidad del amor, que quiere por encima de todo la felicidad de su madre, hasta el punto de dar la vida, quitándose del medio para no estorbar la tranquilidad, liberación y dicha de su mami.

La madre cometió errores muy graves en la educación afectiva y en sus relaciones con la hija, pero ¿y el padre? 

Las autoridades serán injustas si solamente investigan y responsabilizan a la madre, porque el padre junto con la madre fraguaron cruelmente la transferencia del sentimiento de culpabilidad.

En el reparto de responsabilidades afectivas hay que preguntar también: ¿Dónde han estado el resto de los familiares? ¿Ninguno supo descubrir el deprimente estado íntimo de Evelyn? Más todavía, la misma pregunta hay que endosarle a sus maestras y maestros, a los responsables de su educación formal, ¿ninguno de ellos supo y pudo descubrir el silencioso sufrimiento destructor de esta niña? 

La carta revela que ha tenido maestras y maestros competentes para enseñarle a escribir con corrección y claridad, pero también evidencia que en la escuela son buenos profesionales para desarrollar su capacidad cognitiva y su aprendizaje de la lecto-escritura, pero no han sido profesionales para acompañarle y ayudarle a desarrollar su fortaleza y afectividad, redescubriendo el sentido oculto y profundo de su vida.

Generación tras generación los sistemas educativos y sus profesionales, así como los educadores familiares seguimos repitiendo el mismo error: presuponer el desarrollo afectivo e ignorar la educación específica del ámbito afectivo. Tenemos tiempo para enseñarles cuál es el río más importante de la India, pero no tenemos tiempo para que identifiquen en su mundo interior los flujos de sus emociones y sentimientos y sepan cómo manejar los torrentes de sus deseos y pasiones.

La educación formal que ofrecemos no contribuye responsablemente al desarrollo integral de los niños y adolescentes, los larga a la vida sin equiparlos suficientemente para un mundo con muy deficiente cultura afectiva. La exuberancia de conflictos y crisis afectivas demuestra que son muy escasos los conocimientos sobre nuestra afectividad y extremadamente errático y deficiente su cultivo.

La saturación de estímulos que bombardean ininterrumpidamente a los niños, las apologías de las violencias, los crímenes como espectáculo y el erotismo distorsionado, desorientan la afectividad y acumulan soledades indigestas.

jmonterotirado@gmail.com

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