El Gobierno, en gran medida, quiso ignorar lo que ocurría aunque el ministro del Interior, Francisco de Vargas, terminó diciendo bastante más de lo que seguramente quería decir. El funcionario advirtió de presuntos planes para derramamiento de sangre durante la manifestación, “buscando provocar un Curuguaty II”, con el objetivo previsible de desestabilizar al Gobierno. Con eso dejó en claro que en el actual Poder Ejecutivo saben perfectamente, como la mayoría de los paraguayos, que la masacre de 11 campesinos y 6 policías ocurrida el 15 de junio de 2012, fue un hecho montado y utilizado para tumbar a un gobierno electo por el pueblo. Pese a que De Vargas y todos lo saben, la parodia del juicio a un grupo de campesinos, llevado adelante por la Fiscalía y el Poder Judicial, continúa, con el único objetivo de fabricar culpables y ocultar qué ocurrió realmente y quiénes fueron los responsables. El ministro debería estar tranquilo sobre la suerte de su Jefe en el Ejecutivo. Las condiciones que se dieron hace 4 años no son las mismas de ahora. Los descontentos con este gobierno no son los mismos y no manejan ciertos resortes fácticos que se movieron entonces.
A De Vargas tal vez lo traicionó el subconsciente y sacó a relucir su miedo porque sabe que, a esta altura, hay motivos suficientes para que la mayoría del pueblo esté enojado y tenga derecho a pedir que este gobierno se vaya. También puede ser que, por falta de argumentos convincentes, el ministro del Interior haya echado mano a prejuicios consuetudinarios y al remanido recurso en esta administración de la oportuna aparición del “cuco”, el nunca bien ponderado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). Como en la dictadura stronista, cuando el “comunismo apátrida” era pretexto para justificar represión y persecución, el EPP es ahora la excusa preferida cuando a los perjudicados o excluidos del sistema se les da por hacer lío.
Durante la movilización, Cartes estuvo en el interior y reiteró una muletilla que le gusta: se calificó de “empleado del pueblo”. Sugestivamente, agregó ahora: “no soy un inútil, soy un trabajador”. Suenan a frases de libro de autoayuda, de esas que se repiten para convencerse uno mismo. Cartes llamó sinvergüenzas y haraganes a quienes protestan ahora en la Capital y anunció que no dialogará con ellos. Se va pareciendo cada vez más a aquellos mandatarios que eligen cerrar oídos a las críticas y solo escuchan a quienes le digan que todo va bien. Una opción que suele tener resultados calamitosos.
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