De aquellos barros, estos lodos

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SALAMANCA. Asombrado. Estupefacto. Pasmado. Atónito. Boquiabierto. En realidad no he podido encontrar el adjetivo que defina, con precisión, el horror que he experimentado al leer las consecuencias de uno de los pocos gestos de libertad que he visto en nuestro país en las últimas décadas: el coraje de un grupo de adolescentes, alumnos del Colegio Técnico Nacional, que decidieron arrancar la placa conmemorativa de la presencia del dictador Stroessner en su casa de estudios. Más que un acto heroico, fue un acto noble. Muchas veces el miedo, el desconcierto o la imprudencia pueden convertirnos en héroes. En personas nobles, sólo a través de una actitud moral que se va consolidando con el paso de los años.

Mi reacción de estupor se produjo cuando leí algunos párrafos de la carta enviada al director del colegio, Alcides Hosffmeister, por la Asociación de Cooperación Escolar (ACE) que preside Mario Garcete, y firmada por unos cincuenta padres de alumnos. Allí se califica la retirada de la placa de “acto vandálico” y exigen “reponer la placa, disponer medidas disciplinarias (para lo cual el presidente de la ACES ya proporcionó fotos de todos los estudiantes que participaron del hecho), adoptar un control de entrada y salida de personas y un exhaustivo control de alumnos que se encuentren deambulando por el patio en horas de clases”.

Pero esto no termina aquí ya que el presidente de la ACE, Mario Garcete, expresó a través de las redes sociales que espera que los jóvenes piensen en seguir sus carreras fuera del país. “Ya les pasé las fotos de estos chicos para que no los tengan en cuenta ni para pasantías ni para trabajar”.

Desde aquellos años de los discursos del ministro del Interior Sabino Augusto “Gordito” Montanaro, de los programas de “La Voz del Coloradismo”, de los discursos del ministro de Justicia y Trabajo y al mismo tiempo presidente del Grupo de Acción Anticomunista (GAA) J. Eugenio Jacquet (apodado Mbeju Rova) y de los muchos cagatintas que adulaban al dictador, desde esa época, decía, nunca escuché atrocidades semejantes.

Es el momento de preguntarse qué tipo de educación pueden recibir estos jóvenes; qué valores se les trasmitirán; qué ideales se les inculcarán cuando sus propios profesores, sus autoridades, sus propios padres están fomentando la intolerancia, la delación, la denuncia, la persecución a causa de unos ideales, y por fin el castigo inmisericorde. El propio presidente de la asociación de padres pide que los alumnos que arrancaron la placa con el nombre del dictador, vayan pensando terminar sus carreras fuera del país. No es otra cosa que la amenaza del exilio, el mismo que sufrieron miles de paraguayos por oponerse a la dictadura. Como si fuera poco, pide además que no se los tenga en cuenta “ni para pasantías ni para trabajar”. Se me cae la cara de vergüenza, de vergüenza ajena; siento vergüenza por estos jóvenes, siento vergüenza por los hijos de quienes blanden de nuevo el garrote inmisericorde de la intolerancia.

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“De aquellos barros, estos lodos” dice el refrán castellano. De los barros de la dictadura se han alimentado estos lodos de la intolerancia, del fanatismo, de la ceguera ideológica que sufren los jóvenes de hoy. Tendríamos que haber previsto que las cuatro décadas de dictadura dejaron sembrados sus huevos que incubaron sus ponzoñosas serpientes. Pensamos que con el silencio vendría el olvido y que todo se iría solucionando, pasivamente, con el tiempo.

Condenado a la soledad, Romeo empuña su puñal y se pregunta: “¿Qué parte de mi cuerpo es Montesco para cortarlo de un solo tajo y apartarlo de mí?”. Ojalá pudiéramos tomar un cuchillo y preguntarnos qué parte de nuestro pensamiento sigue siendo obsecuentemente fiel al dictador para poder arrancarla de un solo tajo. Pero a falta de ese gesto, los jóvenes –aprendamos la lección que nos han dado– optaron por un gesto simbólico y arrancaron la placa con el nombre del dictador. Ojalá tuviéramos el coraje para arrancar todas las placas que quedan desperdigadas por toda la república para ver si, de paso, las arrancamos también de nuestro pensamiento.

jesus.ruiznestosa@gmail.com