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En un país donde nos domesticaron para no quejarnos, para tener un doble discurso siempre porque antaño decir lo que se pensaba o reclamar la verdad de las cosas era peligroso, era “subversivo”, ver a un “loco” como Payo Cubas hacer lo que hace y decir lo que dice suena a locura. Ojalá en este querido, atribulado y saqueado país por los piratas de siempre y de turno existieran al menos 100 “locos” como él. Probablemente otra sería la historia. No estaríamos tan miserables –material y moralmente– en un país donde deberíamos nadar en la abundancia que nos regala la generosa tierra, mal distribuida entre especuladores y explotadores; donde sobran recursos energéticos, pero son negociados entre bambalinas, por aquello de la soberanía alquilada al mejor postor.
El miedo. El miedo a ser la nota que desentona; a ser el “desubicado” que reta a la “autoridá”, ese miedo con el que aprendimos a convivir como estrategia de “supervivencia” para pasar desapercibidos, sumado al analfabetismo político, nos empujan a soportar tanta corruptela, y no nos permite sacudirnos de encima a los yatebú (garrapatas) que nos vuelve una nación raquítica e incapaz, desalentando cualquier esfuerzo por salir adelante, que no sea la de los bandidos que integran sus claques de privilegio.
Ver, sin embargo, expresadas antiguas, pero no olvidadas reivindicaciones campesinas “de oportunidad para todos”; jóvenes que exigen educación de calidad y no la mediocridad que abunda, ciudadanos que no temen denunciar a los corruptos, nos lleva a pensar que más temprano que tarde los honestos se impondrán a los bandidos, cobardes y cómodos.
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