Debates sin debatir

Si me preguntan cuál fue el origen preciso de la idea de provocar debates entre los estudiantes, especialmente del bachillerato, debo confesar que lo ignoro. Los propios profesores y funcionarios del Ministerio de Educación aconsejaron que los jóvenes debatieran con la mayor amplitud de miras aquellos temas que estaban en sus áreas de interés. Primer error, pues los responsables habrán pensado que los jóvenes solo estaban preocupados por los resultados del partido de fútbol del domingo, por el precio de las entradas a la fiesta de San Juan, o de la primavera, o de la que fuera. Pero ¡oh sorpresa! El interés era mucho más amplio y superaba aquellos que quería imponer el ministerio.

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De la noche a la mañana surgieron las odiosas limitaciones; porque odiosas son todas las limitaciones que quieren imponernos cuando se trata de expresar nuestros pensamientos, nuestras ideas, sean ciertas o equivocadas. El ministerio en cuestión no deseaba que los jóvenes debatieran temas tales como la reelección presidencial, el respeto a la Constitución, la violación de la misma a través de subterfugios groseros por medio de los cuales políticos interesados querían congraciarse con los círculos de poder y, especialmente, con el mandamás que, en este caso, para mayor inri, era también dueño de la idea.

Ante la protesta de los estudiantes quienes debían, a partir de entonces, pedir permiso para organizar debates y obtener el visto bueno de las personas que serían invitadas a dichas discusiones, vino la explicación con toda la carga de irracionalidad que era de esperar: lo que el ministerio pretendía era que en los debates “se escucharan todas las campanas.” Los estudiantes debían invitar a que expusieran sus ideas quienes pensaban que todo era de color de rosa y quienes pensaban que todo era de color negro al mismo tiempo.

Con esta decisión con cierto aire remoto, muy remoto de solución salomónica, se les estaba diciendo a los estudiantes que podían seguir debatiendo libremente... siempre y cuando los temas, los expositores, sus ideas y el discurso de los participantes estuvieran totalmente de acuerdo con las líneas ideológicas que querían (y siguen queriendo) imponer los dueños del garrote, ya que desde hace un buen tiempo nos hemos convencido de que el método pedagógico más utilizado en nuestro medio es el del garrote, de acuerdo con aquel viejo dicho español “la letra con sangre entra”.

Condición indispensable del debate es que no todos estén de acuerdo, que no todos piensen de la misma manera ni que todos propongan las mismas soluciones y las mismas salidas. Si fuera así, no sería necesario ningún debate. Sería suficiente con cambiar el Ministerio de Educación por el Ministerio de la Verdad que propone George Orwell en su libro “1984” o también, aunque de manera más subdesarrollada, por el Ministerio del Pensamiento Nacional que inventó en su momento la expresidenta argentina Cristina Kirchner.

Para que se pueda tener una idea bastante aproximada de las ideas propuestas por el Ministerio de Educación que exige que en cada debate haya un representante de cada idea en pugna, un grupo de estudiantes deseaba debatir el Holocausto, y por lo tanto el nazismo.

En representación del Holocausto no tuvieron ningún problema. Incluso contaban ya con la participación de una persona que en su adolescencia había pasado por Auschwitz. Pero no encontraban ningún nazi dispuesto a defender su macabra ideología. Incluso llegaron a poner un aviso en los periódicos solicitando la presencia de un nazi auténtico para que se pudiera realizar el debate. ¿Qué era más positivo: que se hablara del Holocausto sin la participación de los nazis, o que directamente no se dijera nada?

Dejemos que los estudiantes debatan sus ideas, a veces equivocadas, a veces más ciertas y contundentes que las que tenemos los adultos, pero que debatan, porque por encima de todos los argumentos está lo que es más valioso: que así se aprende a confrontar ideas, a ser tolerantes con quienes no piensan como nosotros y también a darnos cuenta de nuestros propios errores y cambiar de manera de pensar.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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