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Pocas esperanzas tenemos de salir de la pobreza material, moral y espiritual si no atacamos el problema de raíz, que necesariamente pasa por crear las condiciones propicias para el ejercicio de la tarea de aprendizaje. Mucho de ese proceso de despertar la curiosidad, el deseo de aprender, pasa por un ambiente adecuado, atractivo, motivador. Y ese ambiente no se observa en escuelas lúgubres, descuidadas, con puertas y ventanas rotas, muebles que dan pena de solo mirarlos.
No es un secreto que nuestro problema de fondo es la falta de formación. Estamos lejos de alcanzar esa educación liberadora, comprometedora con la propia realidad, y no solamente aquella que se limita a instruir en la lecto-escritura para formar analfabetos funcionales.
Las escuelas públicas son un fiel reflejo de la visión que tienen los gobernantes respecto de la educación en nuestro país. Las escuelas públicas convertidas en el patio trasero en el presupuesto nacional.
Pareciera que esto obedece a un plan deliberado de mantener esa infranqueable brecha entre el mboriahu, mboriahurâ, y aquellos que pueden acceder a colegios privados, porque no podemos hablar de falta de recursos. Basta ver las condiciones de privilegio en que viven miles de acomodados políticos en las binacionales Itaipú y Yacyretá, con salarios de primer mundo; los mimados del poder que pululan en las instituciones estatales, y los miles de operadores políticos, “dirigentes” sociales y pillos de toda laya que viven sin trabajar prendidos a las tetas del Estado.
Quien quiera argumentar que el desastroso sistema educativo obedece a la falta de recursos, miente. Dejen de robar y sobrará dinero.
jaroa@abc.com.py