Del imprescindible supremo

La figura del imprescindible supremo para dirigir el gobierno de la nación, como si todos los demás compatriotas fueran ineptos e incapaces, se inicia apenas unos años después de la Independencia en aquel lejano 1811. La idea que el Paraguay solo puede hacerse grande y progresista si se encuentra bajo el mando de alguien especial, sigue latente.

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Profundas han sido las consecuencias culturales de esta creencia. La concentración del poder que implica poner fin al sistema de pesos y contrapesos mediante la división del poder hizo que el Estado se convierta en un botín a repartirse por el grupo político dominante. Generaciones de paraguayos tuvieron que soportar esta errónea y dañina concepción política, llevando a unos a la tumba, a otros a soportar el exilio y a todos a la pérdida de mejores condiciones y de oportunidades en sus vidas.

El último experimento conocido de concentración del poder duró más de tres décadas en el país, dejando secuelas que todavía perduran. Afortunadamente, el devenir de los acontecimientos nacionales e internacionales hizo que desde 1989 a esta parte se iniciara el período más largo de libertades en la historia nacional. Se dio un paso trascendental en libertad de prensa, de decir, lo que se piensa en público, de criticar y elegir a los dirigentes.

Aquella antigua idea del imprescindible supremo, sin embargo, sigue vigente. Está ahí para dar un zarpazo aplicando el mismo método de concentrar el poder en sí mismo y en el grupo que lo sostiene. Si en la antigüedad los reyes y príncipes se creían dueños del acervo público; en el presente, la democracia enfrenta el desafío de controlar a los políticos que pretenden beneficiarse de lo que el poder omnímodo les pueda beneficiar por las canonjías que de la coerción y del monopolio estatal emergen.

Son los privilegios, la falta de control y la ausencia de rendición de cuentas por parte de los gobernantes, sean quienes sean, los que promueven las sociedades pobres y violentas, debido a que pronto otro grupo también pretenderá aprovecharse de lo mismo y no dudarán en desplazar a los que están, apelando a cualquier medio con tal de llegar a su objetivo. Este escenario desencadena en un torbellino de inseguridad e incertidumbre.

La idea del imprescindible supremo sigue latente y resultará todavía más perjudicial en estos tiempos, si se la deja avanzar.

(*) Decano de Currículum UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.

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