Hasta hace poco el muro de la Universidad Católica tenía una placa que decía “Aquí fluía el Ykua la Asunción donde las mujeres y niños llegaban con sus kambuchi en busca de y roysã. Lo cegaron hacia 1960”.
Ahora siquiera queda esa placa.
Uno de los peores males que acechan a Asunción, la Madre de Ciudades, es la rapiña. Se roban sus placas, rapiñan las tapas de sus registros, sus esculturas, sus flores, sus planteras y basureros. Ni qué decir el patrimonio histórico. Y en esto no hay diferencia de clases ni límites entre la inteligencia y la ignorancia. Hay gente rapiñera por convicción, al parecer.
Otro mal que ha atentado históricamente contra los manantiales y arroyos de Asunción es la mala costumbre de arrojar basura a los cauces.
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En los primeros tiempos los asuncenos no necesitaban de pozos de agua más que su cristalina bahía, sus manantiales y arroyos que regaban a la ciudad por doquier, según el historiador Ricardo Lafuente Machaín.
Del arroyo Ykua Pakova que cruzaba el Parque Caballero y conformaba en el barranco el Chorro donde se bañaba el general Bernardino Caballero solo ha quedado el nombre. El arroyuelo formaba estanques decorados con hermosas fuentes y esculturas, con cascadas, y corría entre pedregullos en el parque, hace apenas unas décadas. Hoy el sitio está en ruinas.
El intendente Bruno Guggiari, que gobernó Asunción entre 1928 y 1932, fue un visionario al adoptar en las calles la arborización con naranjos para convertirla en la “Capital de los azahares”. Aunque muchas arboledas desaparecieron todavía existen calles y esquinas donde por las noches se expande el dulce aroma que alimenta el espíritu.
Aquel intendente “decía que las hojas del naranjo purificaban el ambiente de la ciudad y, además, daba la flor del azahar ¡con todo su aroma! Todo el mundo quería conocer la ciudad de los azahares”, dijo en una entrevista su hija Brunhilde Guggiari de Masi.
El Jardín Botánico en sus tiempos de esplendor también tenía rosedales, orquidarios, esculturas y fuentes, al igual que muchos paseos de avenidas y plazas. Ni vestigios.
Si Asunción fue tan bella en el pasado como se puede apreciar en las postales y fotografías de antaño ¿qué le impide ser bella ahora?
La falta de educación, la carencia de normas de urbanidad y el poco patriotismo llevan al extremo de odiar la ciudad con nuestros actos.
Este martes Asunción cumple 480 años, no 479 ni 481. Cifra redonda. Ojalá represente algún cambio de conducta pensando en el ¡quinto centenario!