Desierto de medianoche

Pensar en salir a bailar, cenar o juntarse con amigos en Asunción y otras ciudades, sin manejarse en auto o taxi, es apostar por una aventura y un riesgo de vida.

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Este problema es uno de los que venimos arrastrando desde siempre, y hasta hoy el sistema de transporte es una lotería. “¡Qué suerte!”, exclamamos cuando a la noche aparece un colectivo. Antiguamente, por lo menos, alguna chatarra era la salvadora. Hoy, el pueblo para movilizarse puede quedarse varado en plena calle sin saber qué hacer, más que pagar un taxi o caminar exponiéndose a sufrir alguna descompostura, asalto o accidente de tránsito.

Permítanme comentarles mi experiencia. Soy de salir poco. El sábado, tres amigas nos encontrarnos temprano a comer una pizza en la casa de una de ellas, en Lambaré. Exactamente a las 22:15, entre dos decidimos regresar a nuestras casas, ya que somos vecinas. Por supuesto que la idea desde el inicio era regresar en taxi, pero como aún faltaba para la medianoche y estaba linda la noche, preferimos caminar hasta la parada del colectivo. “No, ni lo sueñen; el 23 ya no hay más a esta hora”, nos dijo una mujer que esperaba otra línea. Después de la mala noticia, decidimos caminar unas 10 cuadras hasta la Municipalidad de Lambaré donde “seguro” habría más opciones. Mientras caminábamos, observamos el enorme movimiento comercial que se registra sobre la avenida Cacique Lambaré. Centros de comida rápida legales e ilegales peleando por la clientela atiborrada en medio del smog y los mil reguetón. A este movimiento estresante mucha gente le llama “salir a comer”. Me entristece profundamente lo poco a lo que pueden acceder. Las veredas a lo largo de Cacique están rotas, torcidas u ocupadas; así que, sorteando pozos, carritos y autos mal estacionados, llegamos a la rotonda. Un 51 venía llegando, saltamos de alegría, pero duró poco, porque no nos paró argumentando con su dedo que no estábamos en la parada correspondiente. En fin, nos paramos en una esquina; un muchacho nos dijo que él también esperaba desde hacía buen rato. Nada por aquí, nada por allá; solo por arte de magia podría aparecer un colectivo.

Finalmente, cansados de esperar tontamente, compartimos un taxi entre los 3. Una vez y todas, solo la solidaridad salva en este sistema socioeconómico.

Este relato, aunque personal, representa a los miles de callados usuarios que todas las noches quedan varados, abandonados antes de la medianoche, mientras decenas de líneas descansan en sus paradas.

Resumiendo: se estableció un pasaje más caro por la renovación de unidades del trasporte, se impusieron paradas para agilizar el tráfico, pero silencio sepulcral sobre la frecuencia nocturna. Creo haber leído hace un tiempo sobre un “plan piloto para saber si se necesitan buses de noche”. La vida en común va a cambiar cuando asumamos nuestra realidad, primero –porque tienen los recursos y la obligación– las autoridades pertinentes, y segundo desde el trabajo sobre la conciencia de todas las clases sociales sobre lo vital del transporte público. Hasta entonces, que Dios nos proteja. Así estamos.

lperalta@abc.com.py

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