Después de mí, el diluvio

SALAMANCA. Los dictadores latinoamericanos tiene un rasgo en común, y es que, sin saberlo, se sienten identificados con el rey francés Luis XV que declaraba: “Después de mí, el diluvio”. Un politólogo mexicano años atrás explicaba el significado de esta frase, diciendo que lo que el monarca quería expresar era algo así como “Sin mí no queda nada o peor aún: sin mí, no son nada”.

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Las declaraciones que acaba de hacer Horacio Cartes en la localidad de Isla Pucú (departamento de Cordillera) coinciden de un extremo a otro con estos sentimientos. “En la costumbre del día a día –dijo sin que le temblara la voz– el Ejecutivo escucha muy pocos pedidos cuando el intendente no es colorado”. Y los bien pensantes se escandalizaron cuando esto era absolutamente lógico ya que en campaña cuando aspiraba a llegar a la presidencia, prometía: “Voy a coloradizar el país”. Sin lugar a ninguna duda, de todas las muchas promesas que hizo, esta es la única que en realidad cumplió.

Dentro del mismo discurso afirmó: “¿Qué somos sin el Partido Colorado en la política nacional? La respuesta es ‘nada’. Nadie es nada sin el Partido Colorado”. Sin agregarle ni quitarle una sola letra, coincide con aquella interpretación del politólogo mexicano que explicaba el dicho de Luis XV: “Sin mí no son nada”. ¿Se podrá atribuir esto a una simple coincidencia? ¿No les da piel de gallina esta concordancia de pareceres? Pero hay más: Luis XV fue el rey más impopular que tuvo Francia. ¿Podremos decir lo mismo de que Cartes es el presidente más impopular de nuestra historia remota y reciente? Hay filósofos que afirman que las coincidencias no existen en el universo. Y es para creerlo.

El grado de envilecimiento a que ha llegado la política en nuestro país está contenido de manera más que elocuente en estas pocas palabras en las que el propio presidente de la República se ha declarado ser el presidente no de un país entero, sino el cabecilla de un partido político y nada más. Y atrás de él viene una cohorte de gente genuflexa, desnortada, carente de principios y envilecida que a cambio de su dignidad esperan obtener alguna ventaja, casi siempre económica, de quien dice que nos representa. En realidad sólo se representa a sí mismo y a ese grupito de obsecuentes.

El entorno del presidente Horacio Cartes es tan pobre intelectualmente hablando, que hace posible que él luzca como el punto de referencia más alto. No hay nadie que le señale que no puede decir tales cosas porque son disparates que escandalizan al más torpe. Pero dentro de este mar de mediocridad cualquier tontería puede pasar desapercibida. ¿Acaso la más alta autoridad judicial no busca conversar con los criminales del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) para llegar a un acuerdo de paz? Si esto es así, ¿quién hará justicia por el reguero de muertos que dicho grupo ha ido sembrando a lo largo de su trayectoria?

Es desesperanzador el paisaje político de nuestro país. ¿Hay alguien allí adelante que esté capacitado para poder rescatarnos de este lodazal de inmundicias en que nos han sumergido los corruptos que nos gobiernan? De pronto apareció Mario Abdo Benítez (h) cuyo triunfo en las últimas internas del Partido Colorado fue como un soplo de aire fresco que nos daba esperanzas. Pero en lugar de sacar provecho de una victoria que le daba la autoridad suficiente para marcar pautas e imponer sus ideas, se entregó a los brazos de Horacio Cartes y su pandilla. En sus apariciones públicas no lo hace como el ganador de unos comicios, sino como el segundo de quien justamente fue derrotado por él. Allí está como telón de fondo, sonriendo como sonreía Santiago Peña cuando Cartes le decía que era el mejor candidato para convertirse en presidente de la República. Ahora el “mejor candidato” es Abdo Benítez. Si el sentido de las palabras no me engaña, “mejor” hay uno solo, es el superlativo de “bueno”. El superlativo expresa el grado máximo de la cualidad de alguien, por lo tanto no puede haber dos “mejores” para un mismo puesto. Así pues, el “mejor candidato” o es Peña o es Abdo Benítez; o ninguno de los dos.

Hemos vuelto a fojas cero. Estamos viviendo otra vez en el país de un solo partido, un solo gobernante, un solo político, un solo pensamiento, una sola creencia, una sola idea. Quienes no se alineen se convierten en ciudadanos de segunda o de tercera categoría. Y en el peor de los casos, ni siquiera llegan a ser ciudadanos. Y el mismo partido que legitimó una espantosa dictadura de más de cuarenta años es el que ahora legitima el actual régimen y el que posiblemente le seguirá.

jesus.ruiznesosa@gmail.com

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