Si alguien hubiera dicho a fines de 2017 que en 2018 Óscar González Daher sería elegido senador, después de haber sido echado de ese mismo cargo, que luego sería prácticamente obligado a renunciar y que terminaría preso, hubiera sonado exagerado.
Si se hubiera predicho que Mario Abdo Benítez ganaría la presidencia, que haría campaña con el candidato a senador Horacio Cartes, pero que luego este sería dejado de lado y humillado, evitando que jure como senador, y que lo mismo le pasaría al expresidente Nicanor Duarte Frutos, no hubiese sonado muy creíble.
¿Alguien fue capaz de predecir que el “amigo del alma” de HC, Darío Messer, que lo acompañaba en sus viajes oficiales, sería ahora prófugo de la Justicia y que los medios de comunicación del exmandatario harían lo imposible para despegarlo del exmandatario?
Un poco más atrás en el tiempo ¿quién hubiera asegurado, cuando Santiago Peña comenzó su gestión como ministro de Hacienda en reemplazo de Germán Rojas, en enero de 2015, que sería candidato a presidente de la República, siendo liberal y novato en las lides electorales internas.
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¿Quien se hubiera animado a decir hace algunos años que Mario Ferreiro, Hugo Javier o Tony Apuril ocuparían importantes cargos políticos? ¿O quién se hubiera imaginado que Silvio Beto Ovelar, protagonista de eventos poco edificantes que le harían ganar el mote de “trato apu’a”, terminaría como presidente del Congreso?
¿Quien creería que el otrora todopoderoso Cartes estaría a esta altura penando y rumiando sus ganas de ser senador, preocupado por la posibilidad de que sus negocios lo lleven en cualquier momento a los estrados judiciales?
¿Quien diría que José María “Cara de Piedra” Ibáñez, luego de ser nuevamente diputado, sería obligado a renunciar de manera humillante? ¿O que el intocable clan Zacarías en Ciudad del Este caería estrepitosamente aplastado por los indicios de corrupción?
¿Que un ministro de la Corte, Sindulfo Blanco, sería echado ignominiosamente días antes de jubilarse y que otra ministra, Alicia Pucheta, renunciaría a su cargo con la promesa de ser presidenta de la República por un par de meses y se iría luego a su casa sin el pan y sin la torta, con mucha pena y nada de gloria?
¿O que un presidente colorado desecharía las insinuaciones de un gran pacto de impunidad y dejaría que algunos de los suyos, vinculados al narcotráfico, también fuesen a parar con sus huesos a la cárcel?
Tal vez estos cambios bruscos, sapos que se convierten en princesas, mendigos que se convierten en príncipes, narcos que se hacen intendentes y muchos etcéteras más, no sean privativos del Paraguay, pero nosotros estamos por perder nuestra capacidad de asombro.
¿Qué más puede pasar? ¿Hay algo sobre lo que podamos decir con seguridad “es imposible que eso pase” o siquiera “no creo que tal cosa se de?
¿Nos podrá asombrar que Cartes termine en Tacumbú o que Mario Abdo Benítez sea destituido por juicio político? ¿Que Santiago Peña y Zulma Gómez disputen la candidatura del cartismo a presidente del Partido Colorado? ¿Que Payo Cubas sea presidente de la República? ¿Que Carlos Portillo sea nombrado rector de la UNA o ministro de Educación?
Cualquier cosa sucede en Paraguay, donde hasta lo improbable puede ser posible.
mcaceres@abc.com.py